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martes, 6 de enero de 2015

MEDITACIÓN (por Krishnamurti)



Diario N°1.
25 de agosto de 1961.

Era muy temprano; aun no amanecería por un par de horas o más. Orión estaba surgiendo justamente sobre la cúspide de ese pico que está tras de los curvos y boscosos cerros. No había una sola nube en el cielo, pero, por lo que se sentía en el aire, probablemente habría niebla. Era una hora de quietud y el torrente aun estaba dormido; había una débil luz lunar y los cerros estaban oscuros, destacándose sus formas contra el pálido cielo. No soplaba brisa alguna y los árboles permanecían quietos y brillaban las estrellas…

La meditación no es una búsqueda; no consiste en buscar, probar o explorar. Es una explosión y un descubrimiento. No es un domesticar el cerebro para que se amolde, ni es un auto análisis introspectivo; ciertamente no es el entrenamiento en la concentración, que incluye preferencias y rechazos. Es algo que llega con naturalidad cuando todas las aseveraciones positivas y negativas y las realizaciones han sido comprendidas y abandonadas fácilmente.
La meditación es el vacío total del cerebro. Lo esencial es el vacío, no lo que hay en el vacío; el ‘ver’ sólo existe desde el vacío; de él proviene toda virtud, no la moralidad social y la respetabilidad. Es desde este vacío que llega el amor, de otro modo no es amor. Los cimientos de la recta conducta están en este vacío. Él es el principio y fin de todas las cosas.

Mirando a través de la ventana, a medida que Orión iba ascendiendo más y más, el cerebro estaba intensamente vivo y sensible, y la meditación se tornó en algo por completo diferente, algo a lo que el cerebro no podía enfrentarse; por lo tanto, éste se replegó sobre si mismo y quedó silencioso. Las horas que precedieron al amanecer y aun las siguientes, parecían no haber existido, y cuando el sol surgió sobre las montañas y las nubes atraparon sus primeros rayos, sólo había asombro en medio de tanto esplendor. Y comenzó el día. Extrañamente, la meditación continuaba.






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