Del
Diario n°1
De J.
Krishnamurti
30 de octubre de 1961.-
En
todas partes había silencio; los cerros permanecían inmóviles, los árboles
estaban quietos y desiertos los lechos de los ríos; los pájaros habían
encontrado refugio por la noche y todo se hallaba en silencio, aun los perros de
la aldea. Había llovido y las nubes estaban también inmóviles. El silencio fue
creciendo y se tornó más intenso, amplio y profundo. Lo que antes estaba fuera,
ahora estaba dentro de uno; el cerebro que había escuchado el silencio de los
cerros, los campos y los bosques, ahora se hallaba silencioso; ya no se
escuchaba a sí mismo; había pasado por eso y se había aquietado naturalmente,
sin esfuerzo alguno. Sin embargo, estaba pronto para moverse al instante. Muy
profundamente dentro de sí el cerebro estaba inmóvil, quieto; como un pájaro
que pliega sus alas, se había replegado sobre sí mismo; no se hallaba dormido
ni había pereza en él, sino que al replegarse sobre sí mismo había penetrado en
profundidades que se encontraban completamente fuera de su alcance. El cerebro
es esencialmente superficial; sus actividades y respuestas son inmediatas,
aunque esta inmediatez sea traducida a términos de futuro. Los pensamientos y
sentimientos del cerebro están en la superficie, aun cuando pueda pensar y sentir
muy lejos dentro del futuro y retroceder hacia el interior del pasado. Toda
experiencia y recuerdo son profundos sólo hasta donde alcanza su propia
limitada capacidad, pero cuando el cerebro se aquieta y se repliega sobre sí
mismo, deja de experimentar tanto externa como internamente. La conciencia -los
fragmentos de tantas experiencias, de tantas compulsiones, miedos, esperanzas y
desesperación del pasado y del futuro, las contradicciones de la raza y de sus
propias actividades egocéntricas- se hallaba ausente; la conciencia no estaba ahí.
Todo el ser permanecía absolutamente quieto, silencioso, y en esa intensidad
del ser no había más ni menos; había un penetrar en profundidad -o surgió una
profundidad en la cual no podían penetrar el pensamiento, el sentimiento, la
conciencia. Era una dimensión que el cerebro no podía capturar ni comprender. Y
no había un observador que observara esta profundidad. Cada parte de la
totalidad del propio ser estaba alerta, sensible, pero intensamente quieta.
Esta cualidad de lo nuevo, esta profundidad se expendía, estallaba alejándose,
desplegándose mediante sus propias explosiones, pero fuera del tiempo y más
allá del tiempo y del espacio.