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jueves, 31 de diciembre de 2015

La transformación radical en el mundo


Del libro “Vivir de instante en instante”
Conferencias de J. K. en Bangalore, en 1948.


…En las últimas pláticas hemos considerado la importancia de la acción individual, que no es opuesta a la acción colectiva. El individuo es el mundo; él es a un tiempo la raíz y el resultado del proceso total, y sin la transformación del individuo no puede haber transformación radical en el mundo.

Lo importante, por consiguiente, no es la acción individual en oposición a la acción colectiva; sino el comprender que la verdadera acción colectiva sólo puede surgir por obra de la regeneración individual.
Es importante comprender la acción individual, que no es opuesta a lo colectivo. Porque lo individual, después de todo -vosotros y vuestro prójimo- forman parte de un proceso total; el individuo no es un proceso separado, aislado. Vosotros, en suma, sois el producto de la humanidad en su conjunto, aunque estéis condicionados por el clima, la religión y la sociedad.

Sois el proceso total del hombre, y por lo tanto, cuando os comprendéis a vosotros mismos como proceso total -no como proceso separado, opuesto a la masa o a lo colectivo- mediante esa comprensión de vosotros mismos puede haber una transformación radical.


La Virtud nace del Vacío



(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti)

Día 7-10-1961.-

Había comenzado a llover y el cielo estaba cargado de nubes; antes de que estuviera completamente cubierto, nubes inmensas llenaban el horizonte, y era algo maravilloso verlas, tan vastas, tan pacificas, con la paz de un poder y una fuerza enormes. Y las colinas de la Toscana se hallaban muy cerca de esas nubes aguardando su furia. Ésta llegó durante la noche estallando en truenos y relámpagos que mostraban a cada hoja vibrante de viento y de vida. Era una noche espléndida, plena de tormenta, vida e inmensidad. Toda la tarde «lo otro» había estado presente en el automóvil y en la calle. Estuvo ahí la mayor parte de la noche y esta mañana temprano mucho antes del amanecer, cuando la meditación se abría paso en desconocidas profundidades y alturas; ahí estaba con furia insistente. La meditación se rindió a «lo otro». Ello estaba ahí, en la habitación, en las ramas de ese enorme árbol del jardín; estaba ahí con un poder tan increíble que los mismos huesos parecían presionar a través de todo el ser inmovilizando completamente el cuerpo y el cerebro. Había estado ahí toda la noche en una forma benigna y suave, y el sueño se tornó en algo muy liviano, pero a medida que el alba se aproximaba, ello se convirtió en un poder quebrantador, penetrante. El cuerpo y el cerebro estaban muy alertas, escuchando el crujir de las hojas y viendo la llegada del amanecer a través de las oscuras ramas de un alto y erguido pino. Había en ello una gran dulzura y belleza que estaban más allá y fuera de todo pensamiento y emoción. Estaba ahí, y con ello había una bendición.

La fuerza no es el opuesto de la debilidad; todos los opuestos engendran ulteriores opuestos. La fuerza no es un evento de la voluntad, y la voluntad es acción siempre contradictoria. Existe una fuerza que no tiene causa, que no es el producto de múltiples decisiones. Es esa fuerza que hay en la negación; esa fuerza que nace de la madura y total soledad. Es esa fuerza que adviene cuando han cesado completamente todo esfuerzo y conflicto. Está ahí cuando llegan a su fin todo pensamiento y sentimiento y solamente existe el ver. Está ahí cuando la ambición, la codicia, la envidia han cesado sin compulsión alguna, marchitándose con la comprensión. Esa fuerza existe cuando el amor es muerte y la muerte es vida. La esencia de esa fuerza es humildad.
¡Qué fuerte es la hoja recién nacida en primavera, tan vulnerable, tan fácil de destruir! La vulnerabilidad es la esencia de la virtud. La virtud nunca puede resistir el oropel de la respetabilidad y la vanidad del intelecto. La virtud no es la continuidad mecánica de una idea, de un pensamiento dentro del hábito. La fuerza de la virtud radica en que ésta es fácilmente destruida para renacer de nuevo cada vez. Fuerza y virtud van juntas porque ninguna de las dos puede existir sin la otra. Ambas pueden sobrevivir únicamente en el vacío.