20-09-1961. (Del “Diario N°1”, de K.)
La
luz del anochecer se reflejaba sobre el río, y el tráfico a través del puente
era impetuoso y veloz. El pavimento se hallaba atestado de gente que volvía a
sus casas después de una jornada de trabajo en las oficinas(1). El río centelleaba,
había ondas pequeñas persiguiéndose unas a otras con gran deleite. Uno casi
podía oírlas, pero la furia del tráfico era excesiva. Más lejos, en la parte
baja del río, la luz sobre el agua cambiaba tornándose más profunda, y pronto
se oscurecería del todo. La luna se hallaba al otro lado de la enorme torre,
luciendo tan artificial, tan fuera de lugar; no tenía realidad, pero la alta
torre de acero (Eiffel) sí la tenía; había
gente en ella; el restaurante que hay en la parte superior estaba iluminado y
uno podía ver multitudes entrando. Y como la noche era brumosa, los rayos de
las luces giratorias eran más intensos que la luna. Todo parecía muy lejano,
excepto la torre….
Qué poco sabemos acerca de nosotros mismos.
Parece que sabemos mucho acerca de otras cosas, la distancia a la luna, la atmósfera
de Venus, cómo construir los más extraordinarios y complicados cerebros
electrónicos, desintegrar los átomos y las más íntimas partículas de la
materia. Pero conocemos tan poco acerca de nosotros mismos. Ir a la luna es
mucho más excitante que penetrar en uno mismo; quizá se deba a que uno es
perezoso o está atemorizado, o porque penetrar en uno mismo no rinde beneficios
en el sentido de dinero o éxito. Ese es un viaje mucho más largo que el de ir a
la luna; no hay máquinas disponibles para hacer ‘este viaje’, y nadie puede
ayudarnos para ello, ningún libro, ni teorías ni gula de ninguna especie. Es un
viaje que uno tiene que hacer por sí mismo. Es preciso tener para ello
muchísima más energía que al inventar y armar las partes de una inmensa
máquina. Esa ‘energía’ no puede lograrse por medio de ninguna droga, ni por la
interacción en las relaciones, ni mediante el control o la negación. No hay
dioses que puedan proveérsela a uno, ni rituales, ni creencias, ni plegarias.
Por el contrario, en el acto mismo de descartar estas cosas, de estar lúcidamente alerta a
su significación, esa energía adviene penetrando en la conciencia y más allá.
Uno
no puede obtener esa energía canjeándola por la acumulación de conocimientos
acerca de sí mismo. Toda forma de acumulación y el apegarse a ella, degrada y
pervierte esa energía. El conocimiento acerca de uno mismo pesa, lo ata a uno,
lo restringe; no hay libertad para moverse, y uno actúa y se mueve dentro de
los límites de ese conocimiento. ‘Aprender’ acerca de uno mismo nunca es igual
que acumular conocimientos acerca de uno mismo. Aprender implica el presente activo(2) y el conocimiento es
el pasado; si uno está aprendiendo con el fin de acumular, ello deja de ser un
aprender. El conocimiento es estático, puede sumársele o puede restársele, pero
el
aprender es activo, nada puede sumársele o restársele porque no hay acumulación
en ningún momento.
El
conocer, el aprender acerca te uno mismo ‘no tiene principio ni fin’, mientras
que el conocimiento lo tiene. El conocimiento es finito, y el aprender, el
conocer es infinito.(3)
Uno es el multado de
la acumulación de muchos miles de siglos del hombre, sus esperanzas y deseos,
sus culpas y ansiedades, sus creencias y sus dioses, sus realizaciones y
frustraciones; uno es todo eso y los muchos agregados que a ello se han hecho
en tiempos recientes. Aprender acerca de todo esto, tanto en lo profundo como en
lo superficial, no implica meros enunciados verbales o intelectuales de lo
obvio, las confusiones. Aprender es experimentar estos hechos, emocionalmente y
de manera directa; entrar en contacto con ellos no teóricamente, verbalmente,
sino realmente, como un hombre hambriento respecto de la comida.
Aprender
no es posible si hay ‘un aprendedor’; el aprendedor es lo acumulado, el pasado,
el conocimiento. Existe una división entre el que aprende y la cosa acerca de
la cual él está aprendiendo y, por lo tanto, entre ellos hay conflicto. El
conflicto destruye, degrada la energía necesaria para aprender, para seguir
hasta su mismo fin los mecanismos que constituyen la conciencia. (…) La
conciencia es limitada; su misma naturaleza es la restricción; funciona dentro
de la estructura de su propia existencia, que es el conocimiento, la
experiencia, la memoria. El aprender
acerca de ‘este condicionamiento’ demuele la estructura; entonces el pensamiento
y el sentimiento queda con la función limitada que les corresponde; no pueden
interferir con las cuestiones más amplias y profundas de la vida. Donde el ‘yo’
llega a su fin con todas sus intrigas ocultas y evidentes, sus instintos
compulsivos y sus exigencias, penas y alegrías, ahí comienza un movimiento de
la vida que está más allá del tiempo con su esclavitud.
1- Se recuerda que en este
tiempo, K. estaba parando en París, dando conferencias.
2- El Presente activo: El Ahora,
Lo Intemporal.
3- Aquí K. hace una diferencia
entre “conocer” y “conocimiento”. El primero es ilimitado y sucede en ‘el
Ahora’ (y no hay “conocedor”), el segundo está sujeto al tiempo, a la memoria,
la acumulación, ‘lo conocido’, (y hay un centro, un “conocedor” o “aprendedor”, pero falso o ilusorio, claro está).
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