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miércoles, 6 de enero de 2016

Meditación: Un fuego sin tiempo…



12-10-1961.-  (Del “Diario n°1”,  de Krishnamurti)

El cielo estaba amarillo con el sol poniente, y el oscuro ciprés y el gris olivo eran sobrecogedoramente hermosos; más abajo, el sinuoso río se veía dorado. Era un anochecer espléndido, pleno de luz y silencio. Desde esa altura uno podía ver la ciudad en el valle, la cúpula y el hermoso campanario, y el río que atravesaba en curvas la ciudad. Bajando la pendiente y los escalones, uno sentía la gran belleza del anochecer; había poca gente, y los excéntricos, bulliciosos turistas, habían pasado temprano por allí, siempre parloteando, tomando fotos y escasamente viendo cosa alguna. El aire estaba perfumado, y a medida que el sol se ponía, el silencio se tornaba profundo, rico e insondable. Sólo desde este silencio existe el ‘ver’, el verdadero ‘escuchar’, y desde este silencio advino la meditación, aunque el pequeño automóvil descendía ruidosamente la curva carretera dando innumerables topetazos. Había dos pinos romanos contra el cielo amarillento y, aunque uno los había visto a menudo con anterioridad, era como si nunca hubieran sido vistos; la colina suavemente inclinada era de un gris plateado por la presencia del olivo, y en todas partes se veía el oscuro ciprés solitario…
 La meditación era explosiva, no algo cuidadosamente planeado, tramado y preparado con un determinado propósito. Era una explosión que no dejaba ningún remanente del pasado. Ella hacia estallar el tiempo, y el tiempo ya nunca más necesitaba detenerse. En esta explosión todo era sin sombra, y ver sin sombra es ver más allá del tiempo. Era un anochecer maravilloso, pleno de humor y espacio. La ciudad ruidosa con sus luces y el tren que corría suavemente, se hallaban dentro de este vasto silencio cuya belleza estaba en todas partes.
El tren, yendo hacia el sur [de regreso a Roma] estaba atestado con muchísimos turistas y hombres de negocios; fumaban sin cesar y comieron pesadamente cuando se sirvió la comida. El campo estaba hermoso, lavado por la lluvia, fresco, y no se veía una nube en el cielo. Sobre las colinas había antiguos pueblos amurallados, y el lago de tantos recuerdos estaba azul, sin una sola onda; el rico país cedía al suelo pobre y árido, y las granjas parecían menos prósperas, los pollos estaban más flacos, no había ganado en los alrededores y se veían pocas ovejas. El tren corría velozmente, tratando de recuperar el tiempo que había perdido. Era un día maravilloso, y ahí, en ese compartimento lleno de humo, con pasajeros que apenas si miraban hacia afuera por la ventanilla, ahí estaba «lo otro»(1). Toda esa noche estuvo ahí con tanta intensidad que el cerebro sentía su presión. Era como si en el centro mismo de toda la existencia ello estuviera operando en su pureza e inmensidad. El cerebro observaba, como estaba observando la escena que pasaba velozmente, y en este mismo acto él fue más allá de sus propias limitaciones. Y durante la noche, en singulares momentos, el meditar era un fuego de explosión.



      1-Lo Otro”: Esta denominación, como también “Aquello” o “Ello”,  eran términos utilizados por Krishnamurti para referirse a “la bendición de lo desconocido”, ‘la esencia’, o también: “lo atemporal”.
No lo nombraba de ninguna manera que pudiese ser ‘cristalizado’ por el pensamiento, es decir, reducido a un mero símbolo mental…





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