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viernes, 21 de noviembre de 2014

La bendición de Lo Desconocido



(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti)

20-07-61

El cuarto se llenó con esa bendición. Lo que siguió entonces es casi imposible de registrar en palabras; las palabras son cosas tan muertas…, con un significado tan definitivamente establecido, y lo que ocurrió estaba más allá de todas las palabras y no puede ser descrito. Ello era el centro de toda creación; era una purificadora seriedad que limpiaba el cerebro de todo pensamiento y sentimiento; esa seriedad era como un relámpago que destruye y quema; su profundidad no tenía medida, ahí estaba inmutable, impenetrable, una solidez que era tan leve como los cielos. Estaba en los ojos, en la respiración. Estaba en los ojos y los ojos podían ver. Los ojos que veían, que miraban, aun totalmente diferentes de los ojos orgánicos y, sin embargo, eran los mismos ojos. Sólo existía el ver de los ojos que veían más allá del tiempo-espacio. Había una impenetrable dignidad y una paz que era la esencia de todo movimiento, de toda acción. Ninguna virtud la alcanzaba porque estaba más allá de toda virtud y de todas las sanciones humanas. Era el amor, el amor que es totalmente perecedero y que por eso tiene la delicadeza de todo lo que es nuevo, vulnerable, destructible; no obstante, aquello estaba más allá de todo esto. Ahí estaba, imperecedero, innominable, ‘lo desconocido’. Ningún pensamiento podría jamás penetrarlo, ninguna acción podría jamás alcanzarlo. Era «puro», incontaminado y, por eso, siempre bello, como la muerte. Todo esto pareció afectar el cerebro; éste no era como había sido antes. (El pensamiento es algo tan trivial, necesario pero trivial). A causa de ello ‘la relación’ parece haber cambiado. Tal como una terrible tormenta, como un destructivo terremoto da un curso nuevo a los ríos, cambia el paisaje y cava profundamente la tierra, así ello ha arrasado los contornos del pensamiento, ha cambiado la forma del corazón.



21-07-61

Todo el proceso continúa como es habitual a pesar del frío y del estado febril. Se ha vuelto más agudo y persistente. Uno se pregunta hasta cuándo podrá el cuerpo aguantarlo. (Se refiere a los síntomas por los que atravesó el cuerpo de K.)
Ayer, mientras subíamos por un hermoso, angosto valle, con sus empinadas laderas sombreadas de pinos y los verdes campos llenos de flores silvestres, súbitamente, de la manera más inesperada porque estábamos hablando de otras cosas, una bendición descendió como suave lluvia sobre nosotros. Nos convertimos en el centro de ella. Era dulce, apremiante, infinitamente tierna y pacifica, nos envolvía en un poder que estaba más allá de toda tacha y razón.
Esta mañana temprano, al despertar, había una inmutable seriedad purificadora transformándolo todo y un éxtasis que no tenía causa; simplemente estaba allí. Y durante el día, ante cualquier cosa que uno hiciera, ahí permaneció como un trasfondo y avanzaba directa e instantáneamente cuando uno estaba quieto. Hay en ello urgencia, y hay belleza. Ninguna imaginación ni deseo alguno podrían jamás formular una profunda seriedad semejante.



17-07-61

Estábamos subiendo por el sendero de una boscosa ladera de la montaña y pronto nos sentamos en un banco. Súbitamente, de la manera más inesperada, esa sacra bendición descendió sobre nosotros; el otro también la sintió sin que nos hubiéramos dicho nada. Tal como en diversas oportunidades llenó una habitación, esta vez pareció cubrir toda la amplitud de la ladera, extendiéndose sobre el valle y más allá de las montañas. Estaba en todas partes. El espacio entero pareció desaparecer; lo que se encontraba lejos, la ancha quebrada, los distantes picos nevados y la persona sentada en el banco, todo se desvaneció. No había uno, ni dos, ni muchos, sino sólo esta inmensidad. El cerebro había perdido todas sus respuestas; era sólo un instrumento de observación que estaba viendo, no como el cerebro que pertenece a una persona en particular, sino como un cerebro que no está condicionado por el tiempo-espacio, como la esencia de todos los cerebros.
Fue una noche tranquila y ‘el proceso’ en general no fue tan intenso. Al despertar esta mañana hubo una experiencia que duró quizás un minuto, una hora, o tal vez fue ‘algo intemporal’. (…). Al despertar, había en las mismas profundidades, en la inmensurable hondura de la mente total, ardiendo furiosamente, una intensa llama viva de atención, de percepción lúcida, de creación. “La palabra no es la cosa, el símbolo no es ‘lo real’”. Los fuegos que arden en la superficie de la vida pasan, se apagan dejando dolor, cenizas, recuerdos. Estos fuegos son llamados ‘vida’, pero eso no es vida. Es decadencia. Vida es el fuego de la creación, que es destrucción. En ello no hay comienzo ni final, no hay mañana ni ayer. Eso está ahí y ninguna actividad superficial podrá jamás ponerlo al descubierto. El cerebro debe morir para que esta vida sea.





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