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jueves, 27 de noviembre de 2014

“Como un río que fluye”…


8 de agosto, 1961 (“Diario N°1, de Krishnamurti)

Al despertar todo estaba tranquilo, mientras que el día anterior había resultado agotador. La serenidad era sorprendente, y uno se sentó para efectuar la habitual meditación. Inesperadamente, de la misma manera en que uno oye un sonido distante, ‘ello’ comenzó quietamente, dulcemente, y de pronto estaba ahí en toda su fuerza. Debe haber permanecido por unos minutos. Al desaparecer dejó su perfume en lo hondo de la conciencia y la visión de ello en los ojos. Esa inmensidad con su bendición estuvo ahí durante la plática de esta mañana. Cada cual debe haberlo ‘interpretado’ a su manera, destruyendo así su indescriptible naturaleza. Toda ‘interpretación’ deforma.
“El proceso” ha sido agudo y el cuerpo se ha tornado un poco frágil. Pero más allá de todo esto hay una pureza de belleza increíble, una belleza que no es de las cosas…, que ni el pensamiento ni el sentimiento han producido, que no es el don de un artesano, sino que es como un río que fluye, nutrido e indiferente; está ahí, completa y rica en sí misma. Es un poder que no puede valorarse en la estructura social y en la conducta del hombre. Pero está ahí, impasible, inmenso, inalcanzable. Gracias a esto, existen todas las cosas.


12 de agosto.

Uno despertó mucho antes del amanecer, cuando el aire se halla muy quieto y la tierra aguarda al sol. Despertó con una claridad peculiar y una ‘urgencia’ que exigía atención plena. El cuerpo estaba completamente inmóvil; era una inmovilidad sin tirantez, sin tensión. Y dentro de la cabeza tenía lugar un singular fenómeno. Un río anchísimo fluía con la presión de un inmenso caudal de agua, fluía entre altas y bruñidas rocas de granito. A cada lado de este anchísimo río estaba el bruñido, reluciente granito en el cual nada crecía, ni siquiera una brizna de hierba; no había nada excepto pura roca pulida remontándose más allá del mensurable alcance de la vista. El río se abría paso silenciosamente, sin un susurro, indiferente, majestuoso. Ello ocurría realmente, no era un sueño, una visión o un símbolo que deba ser interpretado. Ahí estaba sucediendo, más allá de cualquier duda; no era cosa de la imaginación. Ningún pensamiento puede inventar eso; era demasiado inmenso y real para que el pensamiento pudiera formularlo.

La inmovilidad del cuerpo y este gran río fluyendo entre los bruñidos muros de granito del cerebro, continuaron por una hora y media del reloj. A través de la ventana los ojos podían ver la llegada del alba. No había error con respecto a la realidad de lo que estaba sucediendo. Por una hora y media todo el ser estuvo atento sin esfuerzo y sin desviarse. Y súbitamente ello se terminó y comenzó el día.



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