Translate

martes, 14 de agosto de 2018

La Verdad no puede ser buscada…



Párrafo del Libro “El Silencio Creador”
Compuesto de Conferencias de Jiddu Krishnamurti del año 1949, en Londres.

            Pregunta:  ¿Quiere Ud. decirnos qué es, en su opinión, la verdad que nos liberará? ¿Qué significa esta afirmación suya: “La verdad debe venir a vosotros; no podéis buscarla”?

            KRISHNAMURTI:  Es indudable que, por el hecho de comprender qué es lo falso,, qué es lo ilusorio, qué es la ignorancia, la verdad se manifiesta. ¿No es así? NO tenéis que buscarla, porque el instrumento con que buscáis es el pensamiento. Si soy codicioso, envidioso, lleno de prejuicios, y trato de buscar la verdad, mi verdad será evidentemente el resultado de la codicia, de la envidia, del prejuicio, y, por consiguiente, no es la verdad. Todo lo que puedo hacer es percibir qué es falso, darme cuenta de que soy condicionado, codicioso, envidioso. Eso es todo lo que puedo hacer: darme cuenta de ello imparcialmente. Entonces cuando en virtud de tal proceso me libro de la codicia, surge la verdad. Mas si buscamos la verdad, el resultado será sin duda la ilusión. ¿Cómo podríais buscar la verdad? La verdad tiene que ser algo desconocido para una mente enredada en lo falso, y nosotros lo estamos por el hecho de estar condicionados, en lo psicológico al igual que lo fisiológico; y una mente condicionada, haga lo que haga, no puede en modo alguno medir lo inconmensurable.
            Estas no son meras palabras. Podéis comprobar la verdad de lo que os digo si estáis  realmente dispuestos a escuchar como se debe. ¿Cómo puedo yo, estando condicionado por la creencia, por el miedo, por mi nacionalismo, por mis prejuicios, y de mil maneras por la codicia y la envidia; cómo puedo ver la verdad? Si algo veo, será una autoprotección. Lo que el “yo” busca es evidentemente una creación de él mismo, y, por lo tanto, es engañoso. Y el ver que ello es verdadero, el percibir la verdad de lo que acabo de decir, es ya un proceso de liberación; lo que es de por sí ‘el ver tal cosa’, el darse cuenta que ni la codicia ni la envidia podrán jamás encontrar ‘lo verdadero’. Bastará ver eso, observarlo, darse cuenta de eso en silencio, no sólo para quedar libre de codicia, sino para comprender lo que es verdadero.
            De modo, pues, que los que intentan buscar la verdad caerán sin ninguna duda alguna en la ilusión. La Verdad tiene que venir a vosotros; no podéis perseguirla, no podéis darle caza. Porque, en resumidas cuentas, ¿qué es lo que todos queremos? Queremos satisfacción, solaz, seguridad interior, paz; y eso es lo que buscamos. Le llamamos “verdad”; le aplicamos un nombre. Lo que buscamos en diferentes formas, a diferentes niveles, es satisfacción, no la verdad.

La verdad sólo puede manifestarse cuando el deseo de satisfacción, de seguridad, ha llegado a su fin; y ello es extremadamente arduo. Y como casi todos somos perezosos, inactivos, pretendemos buscar la verdad y formamos sociedades, organizaciones en torno a ella.
            Lo único que podemos hacer, pues, es darnos cuenta de nuestros propios apetitos, deseos y vanidades, sin que importe el nivel a que los situemos; es ser conscientes de todo eso y vernos libres de ello, lo que significa estar libres del “yo”. Entonces no necesitáis buscar la verdad; entonces la verdad vendrá a vosotros porque el terreno está preparado: una mente serena, no perturbada por sus propias agitaciones. Una mente en tales condiciones es capaz de recibir. Tiene que estar ‘negativamente consciente’, pasivamente alerta, lo cual es también muy difícil, sumamente arduo, porque la mente quiere ser algo, pretende un resultado, una realización. Y si ha fracasado en una dirección, procurará triunfar en otra. A ese éxito se le llama “búsqueda de la verdad”. La verdad, empero, es lo desconocido; debe ser descubierta de instante en instante, no en alguna abstracción ni en alguna acción aislada, sino en cada momento de nuestra existencia diaria.
‘Ver lo falso como falso’ es el comienzo de la verdad: lo falso en nuestro lenguaje, lo falso en nuestras relaciones, los pequeños apetitos, las mezquinas vanidades, las barbaridades en que incurrimos. Ver cuán cierto es que todo eso es falso, es el comienzo de la percepción de lo que es verdadero.
            Pero, por lo visto, casi ninguno de nosotros quiere ser consciente hasta ese punto. Es fatigoso. Preferimos evadirnos hacia alguna ilusión o refugiarnos en alguna creencia en la que podamos hallar aislamiento y consuelo. ¡Es tanto más fácil! Y en ese aislamiento decimos que “buscamos la verdad”. No es posible encontrar la verdad en el aislamiento. Estando psicológicamente en seguridad, teniendo certeza, no es posible que surja ante nosotros ‘la gran incertidumbre de la verdad’. Lo más que podemos hacer, pues, si somos realmente serios y esto nos interesa de veras, en dar a la verdad una oportunidad de manifestarse mediante el entendimiento de nuestra relación con las cosas, con las personas, con las ideas. La comprensión, entonces, trae libertad; y sólo en esa libertad puede estar Lo Real.


           


sábado, 11 de agosto de 2018

Como una suave lluvia sobre los cerros… Krishnamurti.



Del “Diario n°1”
De J. Krishnamurti

            31 de octubre de 1961.-

            Era un bello atardecer; el aire era puro, los cerros de color azul, violeta y púrpura oscuro; los campos de arroz disponían de agua en abundancia y lucían un color vivo que variaba del verde claro a un metálico y centellante verde intenso; algunos árboles ya se habían recogido para la noche, oscuros y silenciosos, mientras que otros aun permanecían abiertos reteniendo la luz del día. Las nubes eran negras sobre las colinas del oeste, y al norte y este reflejaban en plenitud la luz del sol que se había puesto tras de los cerros que ahora eran de un denso tono morado. No había nadie en el camino, los pocos que pasaron lo hicieron en silencio, y ya no se vela un trozo de cielo azul; las nubes se estaban reuniendo para la noche. Sin embargo, todo parecía estar despierto, las rocas, el lecho seco del río, los arbustos en la luz moribunda. La meditación, a lo largo de ese silencioso y desierto camino, llegó como una suave lluvia sobre los cerros; vino tan fácilmente, tan naturalmente como la noche cercana. No había esfuerzo de ninguna clase ni control con sus concentraciones y distracciones; no había un ordenar ni un perseguir; no existía en la meditación un negar o un aceptar, ni continuidad alguna de la memoria. El cerebro permanecía atento a cuanto lo rodeaba, pero silencioso, sin réplica, despreocupado pero reconociéndolo todo sin reaccionar. Estaba muy quieto y las palabras se habían desvanecido junto con el pensamiento. Se hallaba presente esa extraña energía -puede llamársela por cualquier otro nombre, ello no tiene importancia alguna-, una energía profundamente activa, sin objeto ni propósito; esa energía era creación, creación sin lienzo y sin mármol, y era también destrucción; no era el producto del cerebro humano, de la expresión y la decadencia. Era inaccesible, no podía ser clasificada y analizada, y el pensamiento y el sentimiento no son los instrumentos para su comprensión. No tenía absolutamente ninguna relación con nada; estaba totalmente sola en su vastedad e inmensidad. Y mientras uno avanzaba por ese camino que se iba oscureciendo, había el éxtasis de lo imposible; no del logro, del llegar, del éxito y todas esas inmaduras urgencias y respuestas, sino la profunda y vasta soledad de lo imposible. Lo posible es mecánico y lo imposible puede ser contemplado, tanteado y tal vez alcanzado, lo cual a su vez lo torna mecánico. Pero el éxtasis no tenía causa ni razón. Estaba simplemente ahí, no como una experiencia sino como un hecho, no para ser aceptado o negado, ni para ser discutido o disecado. No era una cosa que pudiera buscarse, porque no hay sendero que conduzca hacia ella. Todo tiene que morir para que ella sea; muerte, destrucción, vale decir, amor.
            Un pobre, agotado trabajador con ropas sucias y rasgadas, volvía al hogar con su vaca esquelética.