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jueves, 27 de noviembre de 2014

Una pequeña historia…



            Cierto hombre santo aceptó un discípulo y le dijo: “Sería bueno que intentaras escribir todo lo que comprendes sobre la vida religiosa y lo que te ha llevado a ella”.

            El discípulo se fue y comenzó a escribir. Un año más tarde volvió al Maestro y dijo: “He trabajado duramente en esto, y aunque dista mucho de estar completo, éstas son las principales razones de mi lucha”.

            El Maestro leyó la obra –muchos miles de palabras- y luego dijo al joven: “Está admirablemente razonado y claramente expuesto, pero es un poco largo. Trata de acortarlo un poco”. Así que el novicio se fue y, después de cinco años, volvió con solamente cien páginas.

            El Maestro sonrió, y después de haberlo leído le dijo: “Ahora te estás aproximando verdaderamente al corazón de la cuestión. Tus pensamientos tienen claridad y fuerza. Pero aún es un poco largo; intenta condensarlo, hijo mío”.

            El novicio se fue muy triste, porque había trabajado duramente para alcanzar la esencia. Pero volvió al cabo de diez años, e inclinándose frente al Maestro le ofreció tan solo cinco páginas y dijo: “Este es el núcleo de mi fe, el centro de mi vida, y pido tus bendiciones por haberme llevado a ello”.
            El Maestro lo leyó lenta y cuidadosamente. “Es verdaderamente maravilloso, en su simplicidad y belleza”, dijo, “pero aún no es perfecto. Intenta alcanzar una clarificación definitiva”.

            Y cuando el Maestro, llegado el tiempo señalado, estaba preparándose para su fin, el discípulo regresó de nuevo y arrodillándose ante él para recibir sus bendiciones, le ofreció una sola hoja de papel, en la que no había nada escrito.
            Entonces el Maestro puso las manos en la cabeza de su amigo y dijo:


Ahora…, ahora has comprendido



(Del libro: “El Sutra del corazón”,
sutras del Budismo, comentados por Osho)




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