Translate

Mostrando entradas con la etiqueta La Soledad es la Presencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La Soledad es la Presencia. Mostrar todas las entradas

martes, 10 de febrero de 2015

La madura soledad…



Diario 1 de Krishnamurti

Párrafos del día 18-09-61

“… La verdad no tiene opuesto, ni lo tiene el amor…”
… La negación existe únicamente cuando no hay recompensa ni trueque. Hay renunciamiento sólo cuando no hay ganancia en el acto de renunciar. Negar lo falso es liberarse de lo positivo, de lo positivo con su opuesto. Lo positivo es la autoridad con su aceptación, su conformismo, su imitación, y es la experiencia con su conocimiento.
Negar es estar solo; solo con respecto a toda influencia y tradición, solo respecto de la necesidad interna con su dependencia y su apego. Estar solo es negar el condicionamiento, el trasfondo. La estructura dentro de la cual la conciencia es y existe, es su condicionamiento. Estar solo es permanecer alerta, sin opción alguna, a este condicionamiento, negándolo por completo. Esta madura soledad no es aislamiento, no es ese estado de soledad que proviene de la separativa actividad egocéntrica. Esta soledad no es un apartarse de la vida; por el contrario, es la total libertad con respecto al conflicto y al dolor, al temor y a la muerte. Esta soledad es vacío, no el estado positivo del ser ni el no ser. Es vacío; en este ‘fuego del vacío’ la mente se rejuvenece, se torna fresca e inocente.

 Es sólo la inocencia la que puede recibir lo intemporal, lo nuevo que permanentemente está destruyéndose a si mismo. La destrucción es creación. Sin amor, la destrucción no existe…

Más allá de la enorme y desperdigada ciudad están los campos, los bosques y las colinas…






viernes, 7 de noviembre de 2014

La Soledad Trascendente



(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti)


30 de junio de 1961

Caminando, rodeado por estas violáceas y desnudas montañas rocosas, súbitamente advino la soledad. Completa soledad. Estaba en todas partes y tenía una inmensa, insondable riqueza; poseía esa belleza que está más allá del pensamiento y del sentimiento. No estaba quieta; era algo viviente, en movimiento, que llenaba cada rincón y escondrijo. La cima de la alta montaña rocosa fulguraba con el sol poniente, y esa misma luz y color colmaban los cielos de soledad. Era un estado singular de soledad, no de aislamiento sino de soledad, como una gota de lluvia que contiene en sí todos los mares de la tierra. No era alegría ni tristeza, sino plena soledad. No tenía cualidad, forma ni color, que harían de ella algo reconocible, mensurable. Vino como un relámpago y sembró su semilla. No germinó, pero ahí estaba en toda su plenitud. No existía el tiempo para que hubiera maduración; el tiempo tiene sus raíces en el pasado. Este era un estado sin raíces y sin causa. Un estado totalmente «nuevo», que nunca ha sido y nunca será, porque es algo vivo. El aislamiento es lo conocido, y así es la soledad que procede del aislamiento; son estados reconocibles porque han sido experimentados con frecuencia, real o imaginariamente. Su misma familiaridad engendra temor y cierto menosprecio santurrón, de lo cual surgen el cinismo y los dioses. Pero este autoaislamiento y su soledad, no conducen a la vital y madura soledad; debe terminarse con ellos, no con el fin de ganar algo, sino que deben morir tan naturalmente como el marchitarse de una flor. La resistencia engendra temor pero también aceptación. El cerebro debe lavarse a sí mismo y quedar limpio de todos estos astutos artificios; sin relación alguna con estos rodeos y retorcimientos de la conciencia autocontaminada, por completo diferente es esta inmensa soledad. Toda creación tiene lugar en ella. La creación destruye, y así ella es siempre lo desconocido.
Esta Soledad estuvo ahí durante toda la tarde de ayer, y se mantenía al despertar uno en medio de la noche. La presión y la tirantez(1) prosiguen, aumentando y disminuyendo en ondas continuas. Son bastante dolorosas hoy, durante la tarde.





1-     Como se explicó en otras oportunidades, se refiere a los dolores intermitentes y diarios que Krishnamurti experimentaba, a lo largo de la espina dorsal y especialmente en la cabeza, que se supone que era “un proceso” de preparación continuada de su “vehículo” físico para recibir cada vez más y mejor a la Presencia Crística directa. Tal preparación le permitió experimentar directamente, aquello que predicó.