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viernes, 10 de abril de 2015

La negación del poder: el comienzo de la virtud



Diario N°1 de K.

23-09-1961.- (1° parte)

Es muy singular cómo cada uno anhela el poder, el poder del dinero, de la posición, la capacidad, el conocimiento. En el ganar poder hay conflicto, confusión y dolor. El ermitaño y el político, la dueña de casa y el científico buscan el poder. Para obtenerlo se matarán y destruirán los unos a los otros. Los ascetas, por medio de la abnegación del yo, del control, de la represión, conquistan ese poder; el político logra ese poder gracias a su palabra, a su capacidad, a su destreza; la esposa y el marido sienten este poder mediante el dominio del uno sobre el otro; el sacerdote que ha asumido, que ha tomado a su cargo la responsabilidad de su dios, conoce este poder. Todos buscan este poder, o desean estar asociados con el poder divino o mundano. El poder engendra autoridad y con ésta llegan el conflicto, la confusión y el dolor. La autoridad corrompe a quien la tiene y a quienes están cerca de ella o la buscan. El poder del sacerdote y el de la dueña de casa, el del líder y el del organizador eficiente, el del santo y el del político local, es maligno; cuanto mayor es el poder, más grande es el mal que este poder implica. El poder es una enfermedad que todo hombre contrae, aprecia y a la que le rinde culto. Pero con el poder vienen siempre el conflicto interminable, la confusión y el infortunio. Sin embargo, nadie quiere rehusarlo, nadie quiere desecharlo. Este poder va acompañado de la ambición y el éxito, y de una crueldad que ha sido convertida en algo respetable y, por tanto, aceptable. Toda sociedad, templo o iglesia le conceden su bendición y así es como el amor se pervierte y destruye. Y la envidia es cultivada y la competencia se considera moral. Pero con todo esto vienen el temor, la guerra y el infortunio; sin embargo, ningún hombre rechazará estas cosas.
Negar el poder en todas sus formas es el comienzo de la virtud; la virtud es claridad, ella extirpa el conflicto y el dolor. Esta energía corruptora (el poder) con sus interminables y astutas actividades siempre trae consigo daño y desdicha; no hay fin para ella; por mucho que se la reforme y se le pongan vallas mediante la ley o las convenciones morales, siempre encontrará su camino oscuramente, sin ser invitada. Porque ella está ahí, oculta en los secretos rincones de los propios pensamientos y deseos. Son éstos los que deben ser examinados y comprendidos si es que ha de haber un vivir sin conflicto ni confusión ni dolor. Cada cual ha de hacer esto, no por medio de otro, no mediante un sistema de premios o castigos. Cada uno ha de estar lúcidamente atento a la compleja estructura de su propio ser. Ver lo que eso es, implica la terminación de eso que es. Con la completa terminación de este poder con su confusión, conflicto y dolor, cada uno se enfrenta a lo que es, un manojo de recuerdos y una soledad que se ahonda más y más. El deseo de poder y de éxito es un escape de esta triste soledad y de las cenizas que son los recuerdos. Para ir más allá de eso uno ha de verlo, ha de enfrentarse a ello, no eludirlo de ninguna manera, ni mediante la condenación ni por el miedo a lo que es. El miedo surge únicamente en el mismo acto de escapar del hecho, de lo que es.
Uno debe descartar el poder y el éxito de modo completo y total, voluntaria y fácilmente; entonces, en el acto de enfrentarse a ello, de verlo, de estar pasivamente atento sin preferencia alguna, las cenizas y la soledad tienen una significación por completo diferente. Vivir con algo es amarlo, no estar atado a ello. Para vivir con las cenizas de la soledad tiene que haber una gran energía, y esta energía adviene cuando ya no hay más temor. Cuando uno ha pasado por esta soledad, como pasaría por una puerta material, entonces comprende que uno y la soledad son una sola cosa, que uno no es el observador que observa ese sentimiento que está más allá de las palabras. Uno es eso, y no puede escapar de eso como antes lo hacía de muchos sutiles modos. Uno es esa soledad; no hay manera de eludirla y nada puede abarcarla ni llenarla. Sólo entonces está uno viviendo con ello; eso es parte de uno, es la totalidad de uno. Ni la desesperación ni la esperanza pueden ahuyentarlo, ni forma alguna de cinismo o de agudeza intelectual. Uno es esa soledad, las cenizas que alguna vez fueron fuego. Esta es completa, irremediable soledad más allá de toda acción. El cerebro ya no puede inventar más formas y medios de escape; él es el creador de esta soledad a través de sus incesantes actividades de autoaislamiento, de defensa y agresión. Cuando el cerebro se da cuenta de esto, negativamente, sin preferencia alguna, entonces está dispuesto a morir, a permanecer totalmente quieto, inmóvil. Desde esta aislante soledad, desde estas cenizas, nace un movimiento nuevo, el movimiento de lo que es libremente solo. Es ese estado en el que todas las influencias, toda compulsión, toda forma de búsqueda y realización han cesado natural y completamente. Es la muerte de lo conocido. Sólo entonces tiene lugar el eterno viaje de lo incognoscible. Entonces hay un poder cuya pureza es creación.




martes, 7 de abril de 2015

La virtud... (por K.)



Diario N°1 de Krishnamurti
22-09-1961.- (2° parte)

(…) No hay virtud, sólo humildad; donde está la humildad, está toda la virtud. La moralidad social no es virtud; es meramente un ajuste a un patrón, y el patrón varía y cambia de acuerdo con el tiempo y el clima. La sociedad y la religión organizada hacen de ello algo respetable, pero eso no es virtud. La moralidad, tal como es reconocida por la iglesia, por la sociedad, no es virtud; la moralidad es algo compuesto, se amolda; puede ser enseñada y practicada; puede inducirse mediante el premio y el castigo, mediante la compulsión. La influencia moldea la moralidad, como lo hace la propaganda. En la estructura de la sociedad existen grandes variables de moralidad con diferentes matices. Pero eso no es virtud. La virtud no es cosa del tiempo ni de la influencia; no puede ser cultivada; no es el resultado del control o la disciplina; no es en absoluto un resultado, y no tiene causa. No puede hacerse de ella algo respetable. La virtud no es divisible como bondad, caridad, amor fraternal, etc. No es el producto de un medio determinado, de la opulencia o pobreza social, del monasterio ni de dogma alguno. La virtud no nace de un cerebro sagaz; no es el multado del pensamiento y la emoción; ni es una rebelión contra la moralidad social con su respetabilidad, una rebelión es una reacción y una reacción es una continuidad modificada de lo que ha sido.
La humildad no puede ser cultivada; cuando se la cultiva, es la soberbia que se pone el manto de la humildad, la cual se ha vuelto respetable. La vanidad nunca puede convertirse en humildad, así como el odio no puede convertirse en amor. La violencia no puede transformarse en no-violencia; la violencia debe cesar. La humildad no es un ideal para ser perseguido; los ideales carecen de realidad; sólo ‘lo que es’ tiene realidad(1).
La humildad no es el opuesto de la soberbia; ella no tiene opuesto. Todos los opuestos están relacionados entre sí, y la humildad no tiene relación alguna con la soberbia. La soberbia debe terminar, no por alguna decisión o disciplina, o en virtud de algún beneficio; ella toca a su fin solamente en la llama de la atención, no en las contradicciones y confusiones de la concentración. Ver la soberbia, externa e internamente, en sus múltiples formas, es el fin de la soberbia. Verla es estar atento a cada uno de sus movimientos; en la atención no hay preferencia. La atención existe sólo en el presente activo; no puede ser entrenada; si lo es, se convierte en otra astuta cualidad del cerebro, y la humildad no es un producto del cerebro. Hay atención cuando el cerebro está completamente quieto; vivo y sensible, pero quieto. Ahí no hay un centro desde el cual atender, mientras que la concentración tiene un centro con sus exclusiones. La atención, el ver completo e instantáneo de toda la significación de la soberbia, termina con la soberbia. Este «estado» despierto es humildad. La atención es virtud, porque en ella florecen la bondad y la caridad. Sin humildad no hay virtud.




            1- Aquí Krishnamurti utiliza la palabra “realidad” como sinónimo de “verdad”, aunque no son lo mismo. Verdad (‘vera’) significa “lo que es”, es decir, la esencia, sin interpretaciones; mientras que la realidad es la verdad interpretada. Por eso la VERDAD es siempre una sola, “es lo que es”; pero existen tantas realidades como interpretaciones de la verdad.