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sábado, 11 de agosto de 2018

Como una suave lluvia sobre los cerros… Krishnamurti.



Del “Diario n°1”
De J. Krishnamurti

            31 de octubre de 1961.-

            Era un bello atardecer; el aire era puro, los cerros de color azul, violeta y púrpura oscuro; los campos de arroz disponían de agua en abundancia y lucían un color vivo que variaba del verde claro a un metálico y centellante verde intenso; algunos árboles ya se habían recogido para la noche, oscuros y silenciosos, mientras que otros aun permanecían abiertos reteniendo la luz del día. Las nubes eran negras sobre las colinas del oeste, y al norte y este reflejaban en plenitud la luz del sol que se había puesto tras de los cerros que ahora eran de un denso tono morado. No había nadie en el camino, los pocos que pasaron lo hicieron en silencio, y ya no se vela un trozo de cielo azul; las nubes se estaban reuniendo para la noche. Sin embargo, todo parecía estar despierto, las rocas, el lecho seco del río, los arbustos en la luz moribunda. La meditación, a lo largo de ese silencioso y desierto camino, llegó como una suave lluvia sobre los cerros; vino tan fácilmente, tan naturalmente como la noche cercana. No había esfuerzo de ninguna clase ni control con sus concentraciones y distracciones; no había un ordenar ni un perseguir; no existía en la meditación un negar o un aceptar, ni continuidad alguna de la memoria. El cerebro permanecía atento a cuanto lo rodeaba, pero silencioso, sin réplica, despreocupado pero reconociéndolo todo sin reaccionar. Estaba muy quieto y las palabras se habían desvanecido junto con el pensamiento. Se hallaba presente esa extraña energía -puede llamársela por cualquier otro nombre, ello no tiene importancia alguna-, una energía profundamente activa, sin objeto ni propósito; esa energía era creación, creación sin lienzo y sin mármol, y era también destrucción; no era el producto del cerebro humano, de la expresión y la decadencia. Era inaccesible, no podía ser clasificada y analizada, y el pensamiento y el sentimiento no son los instrumentos para su comprensión. No tenía absolutamente ninguna relación con nada; estaba totalmente sola en su vastedad e inmensidad. Y mientras uno avanzaba por ese camino que se iba oscureciendo, había el éxtasis de lo imposible; no del logro, del llegar, del éxito y todas esas inmaduras urgencias y respuestas, sino la profunda y vasta soledad de lo imposible. Lo posible es mecánico y lo imposible puede ser contemplado, tanteado y tal vez alcanzado, lo cual a su vez lo torna mecánico. Pero el éxtasis no tenía causa ni razón. Estaba simplemente ahí, no como una experiencia sino como un hecho, no para ser aceptado o negado, ni para ser discutido o disecado. No era una cosa que pudiera buscarse, porque no hay sendero que conduzca hacia ella. Todo tiene que morir para que ella sea; muerte, destrucción, vale decir, amor.
            Un pobre, agotado trabajador con ropas sucias y rasgadas, volvía al hogar con su vaca esquelética.





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