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martes, 23 de diciembre de 2014

El abandono del egocentrismo y el ‘ser’ y el ‘conocer’ desde el vacío


18 de agosto de 1961. (DiarioN°1 de Krishnamurti).

Había estado lloviendo la mayor parte de la noche y el tiempo se había vuelto muy frío; sobre los más altos cerros y montañas se veía nieve fresca en cantidad. Y también soplaba un viento cortante. Los prados florecidos tenían un brillo extraordinario y el color verde era sorprendente. Y también había llovido casi todo el día y sólo hacia las últimas horas de la tarde comenzó a aclarar y el sol apareció entre las montañas. Caminábamos a lo largo de un sendero que llevaba de un pueblo a otro, un sendero que serpenteaba en torno de granjas entre fértiles prados verdes. Los postes que sostienen los pesados cables eléctricos se destacaban impresionantes contra el cielo crepuscular; al contemplar estas imponentes estructuras de acero en contraste con las veloces nubes, se advertía un sentido de belleza y poder. Cruzamos un puente de madera, y el torrente lleno, engrosado por toda esta lluvia, se deslizaba veloz con una energía y una fuerza que sólo poseen los torrentes de la montaña. Mirando a uno y otro lado del torrente estrechamente encajonado entre apretados grupos de rocas y árboles, uno percibía el movimiento del tiempo -pasado, presente y futuro; el puente era el presente y toda la vida pasaba y bullía a través del presente. Pero más allá de todo esto, a lo largo de esa vereda fangosa bañada por la lluvia, estaba «lo otro» [otherness], un mundo que jamás podría ser tocado por el pensamiento humano, por sus actividades y sus inacabables infortunios. Este mundo no era el producto de la esperanza ni de la creencia. Uno no era del todo consciente de ello en ese momento, había demasiadas cosas para observar y sentir, demasiada fragancia para oler; las nubes, el sol entre las montañas, y más allá el pálido cielo azul, y la luz del crepúsculo sobre los prados centelleantes; el olor de los establos y las flores rojas alrededor de las granjas. «Lo otro» estaba ahí abarcándolo todo sin pasar por alto ni la cosa más insignificante; y mientras uno permanecía despierto en la cama, «eso» advino llenando a borbotones la mente y el corazón. Entonces uno fue consciente de su belleza sutil, de la pasión y el amor de ello. No el amor que se guarda en imágenes como una reliquia, no el amor evocado por los símbolos, los cuadros y las palabras, ni el que está embozado tras de los celos y la envidia, sino aquel amor que está ahí, liberado de cualquier pensamiento y sentimiento, un movimiento circular, eterno, cuya belleza se revela en el abandono de la pasión egocéntrica. La pasión de esa belleza no existe si no hay austeridad. La austeridad no pertenece a la mente, no es una cosa que pueda obtenerse mediante un esmerado sacrificio, por la represión o la disciplina. Todo esto debe cesar naturalmente, porque estas cosas no tienen significado alguno para «lo otro». ‘Ello’ advino inundándolo a uno con su inmensurable caudal. Este amor no tenía centro ni periferia y era tan completo, tan invulnerable que no había en él imagen alguna y, por lo tanto, era por siempre indestructible.
Nosotros siempre miramos desde afuera hacia adentro; desde el conocimiento proseguimos hacia ulteriores conocimientos, siempre sumando, y el mismo restar es otro modo de sumar. Y nuestra conciencia está formada por miles de recuerdos y reconocimientos; somos conscientes de la hoja que tiembla, de la flor, de ese hombre que pasa, del niño que cruza corriendo por el campo; conscientes de la rosa, del torrente, de la brillante flor roja y del mal olor que proviene de un chiquero. Desde este recordar y reconocer, a partir de las respuestas externas tratamos de tornarnos conscientes con respecto a las interioridades ocultas, a los impulsos y motivos más hondos; exploramos más y más adentro en las vastas profundidades de la mente. Todo este proceso de retos y respuestas, todo este movimiento del experimentar y reconocer las actividades ocultas y las manifestadas, todo esto es la conciencia atada al tiempo. La copa no es solamente la forma, el color, el diseño, sino que es también ese vacío que hay dentro de la copa. La copa es el vacío retenido dentro de una forma; sin ese vacío no habría copa ni forma. Nosotros conocemos la conciencia por los signos externos, por sus limitaciones de altura y profundidad, de pensamiento y sentimiento. Pero todo esto es la forma exterior de la conciencia: por lo exterior tratamos de encontrar lo interno.
¿Es esto posible? Las teorías y especulaciones carecen de significación; de hecho, impiden todo descubrimiento. Partiendo de lo exterior tratamos de encontrar lo interno, desde lo conocido exploramos con la esperanza de encontrar lo desconocido. ¿Es posible investigar desde lo interno hacia lo externo? Conocemos el instrumento que investiga a partir de lo externo, pero ¿existe un instrumento que, desde lo desconocido, pueda investigar en lo conocido? ¿Existe? ¿Y cómo podría existir? No puede. Si lo hubiera seria reconocible, y si es reconocible está dentro del área de lo conocido.
Esa extraña bendición llega cuando quiere, pero con cada visita hay, muy en lo profundo, una transformación; ello jamás es lo mismo.
‘El proceso’ continúa, a veces suave y a veces agudo.





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