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viernes, 30 de diciembre de 2016

La sensibilidad


Krishnamurti. “Diario n°1”.

                Día 25 de octubre de 1961.

La sensibilidad es por completo diferente del refinamiento; la sensibilidad es un estado integral, el refinamiento siempre es parcial. No hay sensibilidad parcial; o ella es el estado de la totalidad del propio ser, de la conciencia total, o no existe en absoluto.
La sensibilidad no es para ser acumulada poco a poco; no se la puede cultivar; no es el resultado de la experiencia y el pensamiento, no es un estado emocional. Tiene la cualidad de la precisión, sin la sugestión del romanticismo y de la fantasía. Sólo quien es sensible puede enfrentarse a lo real sin escapar hacia toda dase de confusiones, opiniones y evaluaciones. Únicamente aquel que es sensible puede estar solo, y esta madura soledad interna es destructiva. Esta sensibilidad está despojada de todo placer y, por tanto, tiene austeridad, no la austeridad del deseo y la voluntad sino la del ver y comprender.
En el refinamiento hay placer; el refinamiento está relacionado con la educación, la cultura, el medio; su curso es interminable y es el resultado de la opción, el conflicto y el dolor, y siempre está aquel que opta, el que se refina, el que censura. Y así es como siempre existen el conflicto, la contradicción, el dolor. El refinamiento lleva a aislarse, a apartarse mediante el encierre en uno mismo, conduce a la separación que engendran el intelecto y el conocimiento. Es una actividad egocéntrica, por iluminada que pueda estar estética y moralmente. Hay una gran satisfacción en el proceso del refinamiento, pero sin el júbilo de lo profundo; es superficial y mezquino, sin mayor significación.
El refinamiento y la sensibilidad son dos cosas diferentes: una conduce a la muerte que aísla y la otra a la vida que no tiene fin.









jueves, 22 de diciembre de 2016

Oro candente…

Jiddhu Krishnamurti

Día 25-10-1961.-  (“Diario n°1, de Jiddu Krishnamurti).

Hay una hierba de largo tallo, alguna clase de maleza silvestre que crece en el jardín y que tiene una florescencia plumosa, oro candente que destella en la brisa inclinándose hasta quebrarse, pero sin romperse jamás salvo bajo un viento fuerte. Hay un grupo de estas malezas color beige dorado, y cuando la brisa sopla las hace danzar; cada tallo tiene su propio ritmo, su propio esplendor, y son como una ola cuando se mecen todos juntos; entonces el color, a la luz del atardecer, es indescriptible; es el color del crepúsculo, de la tierra de los cerros dorados y de las nubes. Las flores contiguas son demasiado definidas, demasiado toscas, y exigen que uno las mire. Estas hierbas silvestres poseen una extraña delicadeza; tienen un tenue aroma a trigo y a tiempos antiguos; son fuertes y puras, plenas de vida en abundancia. Pasaba cerca una nube crepuscular llena de luz mientras el sol descendía tras del oscuro cerro. La lluvia había dado a la tierra un grato olor y el aire era agradablemente fresco. Llegaban las lluvias y la tierra estaba expectante.
Ello ocurrió de pronto, al regresar a la habitación; estaba ahí, con una acogedora bienvenida, totalmente inesperado. Uno había entrado sólo para volver a salir; habíamos estado conversando sobre diversas cosas, ninguna demasiado seria. Fue una conmoción y una sorpresa encontrarse con la bienvenida de «lo otro» en la habitación; estaba aguardando ahí con tan clara invitación que parecía vana una disculpa. En varias oportunidades, muy lejos de aquí, en Wimbledon, bajo algunos árboles y a lo largo de un sendero que muchísimos transitaban, ello había estado aguardando en un recodo del camino; con asombro uno permanecía ahí, cerca de aquellos árboles, completamente abierto, vulnerable, sin habla, sin un solo movimiento. No era una fantasía, una ilusión autoproyectada; la otra persona que para ese entonces se encontraba allí también lo percibió. Ello se presentó ahí en distintas ocasiones, con una bienvenida de amor que todo lo abarcaba, y era algo completamente increíble; cada vez tenía una nueva cualidad, una nueva belleza, una nueva austeridad. Y así era en esta habitación, algo totalmente nuevo y absolutamente inesperado. Era belleza que aquietaba la mente entera y dejaba el cuerpo sin un solo movimiento, tornando a la mente, al cerebro y al cuerpo intensamente alertas y sensibles; ello hacia estremecer al cuerpo, y en unos pocos minutos «lo otro», con su acogedora bienvenida, había desaparecido tan velozmente como había llegado. Ningún pensamiento, ninguna emoción caprichosa podría jamás suscitar un acontecimiento semejante; el pensamiento es mezquino, haga lo que haga, y el sentimiento es muy frágil y engañoso; ninguno de ellos, en sus más disparatados empeños, podría fabricar estos sucesos. Son inmensurablemente grandes, demasiado inmensos en su fuerza y pureza para el pensamiento o el sentimiento; éstos tienen raíces y aquellos no tienen ninguna. No son para que se les invite o retenga; el pensamiento y el sentimiento pueden jugar toda clase de tretas hábiles e imaginativas, pero no pueden inventar ni contener «lo otro». Ello existe por si mismo y nada puede alcanzarlo.





Un éxtasis inesperado… (Krishnamurti)



Krishnamurti, “Diario n°1”

Día 24-10-1961.-   

La luna estaba llegando exactamente sobre los cerros, atrapada en una larga nube serpentina que le daba una fantástica forma. Estaba enorme, empequeñecía a los cerros, a la tierra con sus verdes pastizales. Allí donde ella iba surgiendo, el cielo se tornaba más claro y había menos nubes; pero pronto desapareció entre los oscuros nubarrones cargados de lluvia. Comenzó a lloviznar y la tierra estaba contenta; aquí no llueve mucho y cada gota tiene valor; la gran higuera y el tamarindo y el mango disputarían a causa de ello, pero las plantas pequeñas y la siembra de arroz se regocijaban aún con una lluvia tan escasa. Infortunadamente, incluso las pocas gotas cesaron y pronto la luna brilló en un cielo claro. En la costa estaba lloviendo furiosamente, pero aquí donde la lluvia era indispensable, las nubes cargadas pasaban de largo. Era un hermoso anochecer y había sombras oscuras y profundas de múltiples diseños. La luna brillaba intensamente, las sombras estaban muy quietas y las hojas recién lavadas centelleaban. Mientras uno iba paseando y conversando, la meditación proseguía bajo las palabras y la belleza de la noche. Proseguía a una gran profundidad fluyendo hacia adentro y hacia afuera; era un movimiento que estallaba y se expandía. Uno se daba cuenta de ello; ocurría; no era algo que uno estuviera experimentando, el experimentar limita; ello tenía lugar, sucedía sin la participación de uno; el pensamiento no podía compartirlo porque el pensamiento, en cualquiera de sus formas, es una cosa muy vana y mecánica; ni la emoción podía enredarse en ello; era algo demasiado perturbadoramente activo para ambos. Estaba ocurriendo a una profundidad tan desconocida que no existía medida posible para ella. Pero había una gran quietud… Era algo muy sorprendente y nada común. Las hojas oscuras brillaban y la luna había trepado bien alto; estaba del lado occidental e inundaba la habitación. Faltaban aún muchas horas para el amanecer y no se escuchaba un sonido; hasta los perros de la aldea habían callado con sus penetrantes ladridos. Al despertar, ello estaba ahí, con claridad y precisión; estaba ahí «lo Otro», y era necesario despertar, no dormir; fue algo deliberado para que uno advirtiera lo que estaba sucediendo, para que hubiera plena y lúcida conciencia respecto de lo que ocurría. Dormido, ello podría haber sido un sueño, una insinuación del inconsciente, una treta del cerebro; pero al estar totalmente despierto, «lo otro», esta cosa extraña e incognoscible, era una palpable realidad, un hecho y no una ilusión o un sueño. Tenia una cualidad -si es que tal palabra puede aplicársele- de levedad e impenetrable fuerza. Incluso estas palabras poseen cierto significado definido y comunicable, pero pierden todo sentido cuando «lo otro» tiene que comunicarse en palabras; las palabras son símbolos pero ningún símbolo puede jamás transmitir la realidad. Ello estaba ahí, con un poder tan incorruptible, tan inaccesible que nada podía destruirlo. Uno puede acercarse a algo con lo que está familiarizado, uno debe conocer el mismo idioma para poder comunicarse, tiene que haber alguna clase de proceso del pensamiento, verbal o no verbal; sobre todo tiene que haber mutuo reconocimiento. No había nada de eso. Uno puede decir: es esto o es aquello, es tal o cual cualidad, pero en el momento en que ello tenía lugar no había verbalización porque el cerebro estaba completamente silencioso, sin movimiento alguno del pensar. «Lo otro» no está relacionado con nada, y todo pensamiento, toda existencia es un proceso de causa-efecto; por consiguiente, no había relación alguna con ello ni había comprensión de ello. Era una llama inaccesible y uno sólo podía mirarla y guardar su distancia. Y al despertar, súbitamente, eso estaba ahí. Y con eso adivino un éxtasis inesperado, un júbilo sin razón alguna; no había causa para ello, porque en ningún momento había sido buscado ni perseguido. Este éxtasis estaba ahí al despertar otra vez a la hora habitual, y continuó por un largo período de tiempo.


lunes, 19 de diciembre de 2016

Viendo desde el Vacío…


Vivencias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”

Día 23-10-1961.- 

La completa quietud del cerebro es una cosa extraordinaria; en esa quietud el cerebro es altamente sensible, vigoroso, lleno de vida, consciente de cada movimiento externo, pero se halla completamente abierto, libre de cualquier estorbo, sin ningún deseo secreto, sin perseguir nada; está quieto y, por tanto, no existe conflicto alguno, el cual es esencialmente un estado de contradicción. Está completamente quieto en el vacío; esta vacuidad no es un estado de carencia, de mente en blanco; es energía que no tiene un centro, que no tiene un límite. Bajando por la apiñada calle, sórdida y maloliente, en medio del rugir de los autobuses, el cerebro estaba atento a las cosas que lo rodeaban, y el cuerpo caminaba, sensible a los olores, a la suciedad, a los sudorosos obreros, pero no había un centro desde el cual tuviera lugar una observación, un dirigir, un censurar las cosas. Durante toda esa milla y al regresar, el cerebro estuvo sin un solo movimiento que significara pensar o sentir; el cuerpo se fatigaba, poco acostumbrado a la humedad y al espantoso calor reinante pese a que el sol se había puesto cierto tiempo atrás. Era un fenómeno extraño, aun cuando ya hubiera ocurrido antes algunas veces. Uno nunca puede habituarse a ninguna de estas cosas, porque no es algo que pertenezca al hábito o al deseo. Ello es siempre sorprendente después que ha pasado. En el atestado avión [a Madrás] hacia calor y aun a aquella altura, unos ocho mil pies, parecía que jamás iría a refrescar.
En ese avión matinal, súbitamente y del modo más inesperado, advino «lo otro». Ello nunca es igual, es siempre nuevo, imprevisto; lo más extraño al respecto es que el pensamiento no puede volver a ello, reconsiderarlo, examinarlo deliberadamente. La memoria no interviene en eso, porque cada vez que ocurre es tan totalmente nuevo e inesperado que no deja tras de sí ningún recuerdo. Por ser un acontecimiento completo y total, no se graba en la memoria para registrarse como un recuerdo Así, siempre es nuevo, joven, imprevisto. Llegó acompañado de una extraordinaria belleza, no a causa de la forma fantástica de las nubes o por la luz que éstas contenían, ni por el cielo tan infinitamente delicado y azul; no había razón ni causa para su increíble belleza y por eso era bello. Era la esencia, no la de todas las cosas que han sido producidas y a las que se ha dado forma para que se las sienta y se las vea, sino la esencia de toda la vida que ha sido, es y será, la vida sin tiempo. Ello estaba ahí y era el frenesí de la belleza.
El pequeño automóvil volvía a su valle, lejos de las ciudades y las civilizaciones; saltaba por caminos accidentados llenos de baches, tomaba agudas curvas gimiendo, crujiendo, pero seguía adelante; no era un auto viejo, pero había sido descuidadamente montado; olía a petróleo y aceite, pero corría de vuelta al hogar, tan rápido como le era posible, sobre caminos pavimentados y sin pavimentar. La tierra estaba hermosa, había llovido recientemente, la noche anterior. Los árboles rebosaban de verdes y brillantes hojas -el tamarindo, la gran higuera y otros innumerables árboles; se veían muy vitales, frescos y jóvenes pese a que algunos de ellos debían ser muy viejos. Estaban ahí los cerros y la tierra roja; no eran cerros impresionantes sino suaves y antiguos, algunos de ellos los más antiguos de la tierra, y a la luz del anochecer se veían con ese azul añejo que sólo determinados cerros suelen tener. Algunos eran rocosos y estaban desnudos, otros tenían arbustos achaparrados y en unos pocos había unos cuantos árboles, pero se mostraban benévolos y amistosos como si hubieran visto todo el dolor del mundo. Y la tierra a sus pies era roja; las lluvias la habían tornado más roja aún; no era el rojo de la sangre o el del sol o el de algún tinte fabricado por el hombre; era rojo, el color que contenía todos los rojos; había en él claridad y pureza, y el verde resaltaba sobrecogedor en contraste con ese rojo. Era un hermoso anochecer y estaba refrescando porque el valle se encontraba a cierta altura.
En medio de la luz crepuscular y de los cerros que se tomaban más azules y del rojo cada vez más vivo de la tierra, «lo otro» advino silenciosamente acompañado de una bendición. Ello es maravillosamente nuevo cada vez, y sin embargo es lo mismo. Era inmenso en su fuerza, la fuerza de la destrucción y la vulnerabilidad. Llegó con tanta plenitud, y en un instante había desaparecido; fue un instante más allá de todo tiempo. El día había sido agotador pero el cerebro se hallaba extrañamente alerta, viendo sin el observador; viendo no con la experiencia sino desde el vacío.




miércoles, 4 de mayo de 2016

Un hálito de inmensidad… (Krishnamurti)


Vivencias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”

Día 21-10-1961.-  

Las palmeras se mecían con gran dignidad, inclinándose placenteramente ante la brisa marina que venia del oeste; parecían tan distantes de la ciudad ruidosa y atestada. Se veían oscuras contra el cielo crepuscular; sus troncos eran altos y bien formados, finos a fuerza de muchos años de paciente trabajo; esas palmeras dominaban el anochecer de las estrellas y el cálido mar. Casi tendían sus palmas para recibirlo a uno, para arrebatarlo de la sórdida calle, pero la brisa vespertina se las llevaba para llenar el cielo con su movimiento. La calle estaba atestada; nunca estaría limpia, demasiada gente había escupido sobre ella; habían ensuciado sus paredes con los anuncios de los últimos filmes; las habían embadurnado con los nombres de aquellos a quienes uno debía otorgar su voto, con los símbolos partidarios; era una calle sórdida aun cuando fuera una de las arterias principales de la ciudad; pasaban autobuses mugrientos; los taxis lo aturdían a uno con sus bocinazos y parecía que por ahí habían transitado muchos perros. Un poco más lejos estaban el mar y el sol poniente, que era una roja bola de fuego; había sido un día abrasador y el sol enrojecía el mar y las escasas nubes. No había una sola onda en el mar, pero éste se veía inquieto y sombrío. Hacía demasiado calor para que fuera un anochecer agradable y la brisa parecía haber olvidado su encanto. A lo largo de la sórdida calle, con la gente empujándolo a uno, la meditación era la misma esencia de la vida. El cerebro, tan delicado y vigilante, estaba completamente quieto, observando las estrellas, atento a la gente, a los olores, al ladrido de los perros… Una solitaria hoja amarilla cayó sobre la sucia carretera y el automóvil que pasaba la destruyó; estaba tan llena de color y belleza y fue destruida tan fácilmente.
Mientras uno caminaba por la calle bordeada de unas pocas palmeras, «lo otro»(1)  advino como una ola que purificaba y fortalecía; estaba ahí como un perfume, como un hálito de inmensidad. No era un sentimiento, una ficción engendrada por la ilusión o por la fragilidad del pensamiento; estaba ahí, distinto y claro, sin confusión posible, sin vacilación, definido, preciso. Estaba ahí, una cosa sagrada, y nada podía alcanzarla, nada podía quebrar su finalidad. El cerebro era consciente de la proximidad de los autobuses que pasaban, de la calle húmeda y del chillido de los frenos; se daba cuenta de todas estas cosas y, más allá, del mar; pero el cerebro no tenía relación con ninguna de estas cosas; estaba completamente vacío, sin raíces de ninguna clase, vigilando, observando desde esta vacuidad. «Lo otro» presionaba sobre él con aguda urgencia. Ello no era un sentimiento, una sensación, sino algo tan real como el hombre que estaba llamando. No era una emoción que cambia, que varia y continúa, y el pensamiento no podía alcanzarlo… Estaba ahí con la determinación de la muerte que ningún pensamiento podría disuadir. Como no tenía raíces ni relación alguna con nada, nada podía contaminarlo; era indestructible…




1- “Lo otro”: Krishnayi llamaba de esa manera a ‘lo inconmensurable’, “Aquello” que está más allá del pensamiento, “Eso” que es insondable presencia de paz y bendición.



lunes, 22 de febrero de 2016

El miedo y la libertad


Osho (De: “Tao, los tres tesoros”)

“…El miedo tiene que ver con la vida no vivida… Tienes miedo de que no has sido capaz de vivir, de amar, y la muerte se acerca, y acabará con todo. Ya no existirás, y no has sido capaz de amar.
Es como un árbol que no ha florecido, y el leñador se acerca, así que el árbol se asusta, sin saber lo que va a suceder. El miedo no viene de la muerte, el miedo viene de algo que no ha sucedido. El árbol sabe muy bien que no han llegado sus frutos, que no han llegado las flores, que no ha florecido. El árbol aún no ha conocido la primavera; no ha bailado con los vientos; no ha amado y no ha vivido. La vida no vivida crea el miedo… y el leñador se acerca… Cuando llegue no habrá futuro (no habrá continuidad). Muerte significa no-futuro. El pasado se ha ido, no hay futuro, y el presente es tan estrecho… El miedo te invade, tiemblas…
El miedo siempre es ‘lo no vivido’. Si vives totalmente no tienes miedo a nada. Si la muerte llega ahora mismo, estoy listo. He vivido. Todo está completo, nada está incompleto. La muerte no puede destruir lo total. Si algo estuviese incompleto, entonces me gustaría que la muerte esperase un poco, pero todo está completo. He tomado mi baño esta mañana; os he hablado, todo lo que tenía que suceder, ha sucedido. Estoy completamente dispuesto. Si viene la muerte estoy dispuesto; no siquiera miraré hacia atrás una sola vez, porque no hay nada que mirar. Todo está completo. Y siempre que algo está completo te liberas de ello; con una vida vivida realmente, uno queda libre de ella; con una vida no vivida (o vivida fragmentariamente), nunca puedes quedar libre de ella. Puedes irte a las cuevas, a los Himalayas, al Tibet, puedes irte a cualquier sitio, pero nunca serás libre, y siempre tendrás miedo.
El miedo y la libertad no pueden existir juntos. Cuando llega la libertad - y “la libertad llega solo cuando has vivido, florecido, y todo está completo y acabado”-, entonces ¿para qué vas a anhelar vivir más tiempo? No necesitas ni un solo momento más. Entonces, el miedo se ha ido…”



Una respuesta de J. Krishnamurti. (Párrafo extraído de: “El Lector Pingüino”)

“…Si no reflexionas por ti mismo sobre la muerte y la comprendes, irás interminablemente de un predicador a otro, de una esperanza a otra, de una creencia a otra, tratando de hallar una solución a este problema de la muerte. ¿Comprendes? No sigas preguntando a algún otro, trata más bien de descubrir por ti mismo la verdad de ello. Formular innumerables preguntas sin tratar jamás de averiguar o descubrir es característico de una mente trivial.
Mira, tememos a la muerte sólo cuando nos aferrarnos a la vida. La comprensión de todo el proceso del vivir es también la comprensión del significado del morir. La muerte es meramente la extinción de la continuidad, y lo que tememos es no poder continuar; pero lo que continúa jamás puede ser creativo. Reflexiona sobre ello, descubre por ti mismo lo que es verdadero.
Es “la verdad”(1) la que te libera del miedo a la muerte, y no tus teorías religiosas ni tu creencia en la reencarnación o en la vida en el más allá.”



                1-  La verdad: Más allá de teorías y creencias; más allá del pensamiento. La verdad que es ‘vivencia directa’ de la esencia de la Vida. Tal libertad llega con la maduración de la conciencia, “cuando todo está completo”.





domingo, 14 de febrero de 2016

Meditación: quietud sin motivo…



Vivencias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”

Día 18-10-1961.-  

Truenos y un gran chaparrón lo habían despertado a uno en medio de la noche [en Roma], con la lluvia golpeando contra la ventana y entre los árboles al otro lado de la carretera. El día había sido caluroso y el aire era agradablemente fresco; la ciudad dormía y la tormenta había cesado. Los caminos estaban húmedos y había escaso tránsito tan temprano en la mañana; el cielo todavía se hallaba cargado de nubes y había amanecida sobre la tierra. La iglesia [S. Giovanni in Luterano] con sus mosaicos dorados estaba brillantemente iluminada con luz artificial. El aeropuerto se encontraba muy lejos2 y el poderoso automóvil corría bellamente; estaba tratando de competir en carrera con las nubes. Pasó a los pocos automóviles que había en el camino, y abrazaba a gran velocidad la carretera en cada recodo. Lo habían retenido demasiado tiempo en la ciudad, y ahora estaba libre en la carretera. Y muy pronto estaría en el aeropuerto. En el aire se percibía el aroma del mar y de la tierra húmeda; los campos recientemente arados estaban oscuros y el verde de los árboles lucía muy vivo aun cuando el otoño había alcanzado ya unas pocas hojas; el viento soplaba del oeste y no habría sol durante todo el día. Cada hoja estaba limpia, lavada por la lluvia, y había belleza y paz sobre la tierra.

En medio de la noche, en la calma que siguió al trueno y al relámpago, el cerebro estaba totalmente quieto y la meditación era una apertura dentro del inmensurable vacío. La misma sensibilidad del cerebro lo aquietaba; estaba quieto pero sin motivo; la acción de la quietud que obedece a un motivo es desintegración. El cerebro estaba tan quieto que el espacio limitado de una habitación había desaparecido y había cesado el tiempo. Sólo existía una atención despierta sin un centro que estuviera atento; era la atención en la que el origen del pensamiento había cesado sin violencia alguna, naturalmente, fácilmente. Esa atención podía oír la lluvia y el movimiento en la habitación contigua; escuchaba sin ninguna interpretación y observaba sin el conocimiento. También el cuerpo estaba inmóvil. La meditación se rendía a «lo otro», que era de una pureza que todo lo deshacía sin dejar residuos; ello estaba ahí; eso es todo, y nada existía. Como nada existía, ello era. Era la pureza de toda esencia. Esta paz es un vasto, ilimitado espacio de inmensurable vacuidad…





‘Lo Otro’ estaba allí…



16-10-1961.-  (“Diario n°1”, de Krishnamurti)

Fue antes del amanecer, cuando no había ruido y la ciudad aún se hallaba dormida, que el cerebro al despertar se quedó inmóvil porque «lo otro» (lo inconsmensurable) estaba ahí. Entró muy quietamente y con tan vacilante cuidado porque en los ojos había sueño todavía, pero ello fue un gran gozo, de una admirable simplicidad y pureza.





Inconmensurable Paz…



15-10-1961.-  (Diario n°1 de Krishnamurti)

Ese día, K. experimentó una vez más la vivencia interna de “lo otro”, como él lo llamaba…, lo inconmensurable…, y lo describe así en su “Diario N°1”:

El sol de la mañana está sobre el bosquecillo al otro lado de la carretera; es una mañana tranquila, apacible, dulce bajo el sol no demasiado fuerte, y el aire es puro y fresco. Cada árbol está tan fascinantemente vivo, con tantos colores, y hay tantas sombras; todo es un llamado y una espera. Mucho antes de que el sol se levantara, cuando aún había quietud, sin ningún automóvil que subiera por la colina, la meditación era un movimiento en medio de la bendición. Este movimiento fluía dentro de «lo otro» que estaba ahí, en la habitación, colmándola y desbordándola hacia afuera y más allá, sin fin. Había en ello una profundidad inmensa e insondable y había paz.
Esta paz jamás conoció el conflicto, no estaba contaminada por el pensamiento y el tiempo. No era la paz de la finalidad última; era algo tremenda y peligrosamente vivo. Y no tenía defensas. Toda forma de resistencia es violencia y, por consiguiente, también es concesión. Esa no era la paz que engendra el conflicto; esa paz estaba más allá de todo conflicto y de sus opuestos. No era el fruto de la satisfacción y el descontento, en lo cual están las semillas del deterioro.



miércoles, 13 de enero de 2016

“Luz sin sombra”


Vivencias diarias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”

Día  14-10-1961.-  

En los jardines [de la villa Borghese], justo en medio del ruido y de los olores de la ciudad, con sus chatos pinos y sus muchos árboles que se estaban tornando de color amarillo castaño, y con el aroma de la tierra húmeda, ahí, mientras uno se hallaba paseando con cierta seriedad, surgió la percepción de «lo otro». Estaba ahí con admirable belleza y dulzura; no era que uno se hallara pensando al respecto -ello impide todo pensamiento- sino que estaba ahí con tal plenitud que causaba sorpresa y un intenso deleite. La seriedad del pensamiento es muy fragmentaria e inmadura, y no obstante tiene que haber una seriedad que no es el producto del deseo. Existe una seriedad que tiene la cualidad de la luz, cuya misma naturaleza consiste en profundizar, una luz que carece de sombra; esta es infinitamente flexible y, por tanto, gozosa. Estaba ahí…, y cada árbol, cada hoja, cada brizna de hierba y cada flor cobraron intensa vida y esplendidez; el color era rico y el cielo inmensurable. La tierra, húmeda y sembrada de hojas, era la vida.


Ser libre desde el principio…


(J. Krishnamurti)

…Para explorar (internamente), como vamos a hacerlo, tiene que haber libertad, no al final, sino desde el mismo principio. Uno no puede explorar, investigar o examinar las cosas a menos que sea libre.
Para poder mirar profundamente se requiere no sólo libertad, sino también la disciplina necesaria para observar. La libertad y la disciplina van juntas (no es que uno deba ser disciplinado para luego ser libre). Usamos aquí la palabra “disciplina” no en el aceptado sentido tradicional que implica conformar, imitar, reprimir según un patrón determinado, sino más bien con el significado de la raíz de la palabra, que es “aprender”.
El aprender y la libertad van juntos, y la libertad genera su propia disciplina; no una disciplina impuesta por la mente para obtener cierto resultado. Estas dos cosas son esenciales: la libertad y el acto de aprender.

Uno no puede aprender sobre sí mismo a menos que sea libre, de modo que pueda observar, no de acuerdo con algún patrón, fórmula o concepto, sino observarse a sí mismo tal como uno es.

Esa observación, esa percepción, ese ver, generan su propia disciplina y su propio aprender. Esto no implica conformidad, imitación, represión o control de clase alguna; y en ello hay gran belleza…

De “El vuelo del águila”

Pláticas de Jiddu Krishnamurti en países europeos.




lunes, 11 de enero de 2016

La belleza del Misterio… y la profunda aceptación


Párrafos del libro “Tao, los tres tesoros”, sobre pláticas de Osho

Pregunta: Dices que soy ‘vacío’. Desde que estoy aquí estoy empezando a sentir mi propio centro. ¿Cómo puede existir un centro en el vacío…?

Respuesta: No puedo explicarte cómo, o por qué. Es un hecho simple. Igual que la ciencia dice que H2O es agua –dos partes de hidrógeno y una de oxígeno, y la combinación es agua. No puedes preguntar por qué. ¿Por qué no tres partes de hidrógeno, una parte de oxígeno…? ¿Por qué no cuatro partes de oxígeno, una parte de hidrógeno…? ¿Por qué H2O, por qué no de otra forma…? La ciencia se encogerá de hombros, dirá: “No lo sabemos; es como es”.
Sí, tu ser interno es un vacío, y sin embargo, existe un centro… En la India, en verano, hay ciclones, remolinos de aire. Ve a mirar cuando se haya ido el remolino: ha movido todas las partículas de polvo que había alrededor, pero justo en el centro no hay alteración. Incluso en el remolino existe un centro, incluso en el vacío existe un centro. Uno se encuentra con ello, es un hecho de la existencia, no tiene ‘cómo’…

Es absurdo que exista un centro en el vacío; es ilógico, irracional. Pero la vida es irracional y hay que aceptar la vida. No hay que forzar a la vida en ninguna forma a que acepte tu lógica o razón.
Sucede todos los días en la ciencia. Cuando Einstein dijo por primera vez que todo es relativo, que incluso el tiempo es relativo, todo el viejo mundo de la ciencia se alteró. La gente empezó a preguntar ¿‘cómo’?, ¿‘por qué’? Einstein dijo que hay una cosa muy absurda –si un viajero va de viaje al espacio infinito en un vehículo que se mueve más rápido que la velocidad de la luz (más de trescientos mil kilómetros por segundo), a tal velocidad, si tu hijo se va de viaje al espacio, y regresa después de 25 años, seguirá teniendo la misma edad. Se fue con 25 años y volverá con 25 años. Sus amigos tendrán 50 años aquí en la Tierra, pero él tendrá aún la misma edad. La gente empezó a preguntar “¿Cuál es la lógica?” Einstein dijo: “No puedo decir cuál es la lógica, pero es así”.
A una velocidad tan tremenda no puedes envejecer. Es como el agua evaporándose a 100 grados. Eso es todo. A una velocidad tan tremenda no puedes envejecer, permanecerás igual. Y aún más absurdo: si puedes duplicar la velocidad, regresarás más joven que cuando te fuiste. Si te fuiste con 25 años y regresas después de 10 años, tendrás 10 años. Irás hacia atrás en el tiempo. Porque Einstein dijo: “el envejecer depende de la velocidad, de la velocidad de la Tierra. La Tierra se mueve a una velocidad determinada y de esa velocidad depende tu envejecimiento”. Es imposible de creer, porque contradice toda lógica…
Luego los físicos penetraron la materia y de pronto un día encontraron que no hay materia. Así que tuvieron que decir que la materia está compuesta de vacío, tuvieron que decir que la materia no es otra cosa que ‘vacío denso’. Esto parece ilógico. ¿Cómo va a ser denso el vacío? ¿Cómo va a estar creada de ‘vacío denso’ esta columna…? Pero ahora la ciencia dice que es así. Y la naturaleza y la existencia no siguen nuestra lógica, tienen sus propios caminos, y no podemos imponerle nuestra lógica; nuestra lógica tendrá que ceder a sus caminos…

Lo mismo sucede con el espacio interno. La lógica dice: ¿Cómo va a existir un centro en el vacío…?
La vida es ilógica. Estás aquí. ¿Tienes alguna lógica para decir por qué estás aquí? Si no estuvieras aquí, ¿podrías preguntar por qué no estabas aquí? Las cosas simplemente ‘son’. Nada se puede exigir; nada se puede plantear, nada se puede pedir. Cuando creces en la conciencia de que las cosas simplemente son, entonces surge una profunda aceptación; entonces, incluso si son ilógicas, las aceptas, no luchas, ‘flotas’; ni siquiera nadas; simplemente estas en un estado de dejarte ir… Y poco a poco se revelan más y más misterios. Por eso la religión dice que “la vida es un misterio”, no un problema. Un problema puede ser resuelto, pero un misterio nunca puede ser resuelto; cuanto más lo resuelves, más misterioso se vuelve; cuanto más lo conoces, más sientes que hay que conocerlo: cuanto más te acercas, más sientes que estás lejos…
Piensa en un mundo donde todos los misterios estuviesen resueltos ¡qué aburrido sería! Piensa en un mundo que fuese absolutamente lógico, racional, matemático ¡qué aburrido y monótono sería! Entonces no habría posibilidad de poesía, no habría posibilidad de amor, ni de ninguna meditación…

Meditación es entrar en ‘el misterio’; amor es llamar a la misma puerta de forma diferente; oración es también ‘permitir el misterio’, y no luchar contra él con la mente.
Todo es hermoso porque es misterioso y no puedes llegar a su fondo. Analiza si quieres analizar…, pero todos los análisis crearán más problemas, más misterios; la respuesta, ‘la respuesta final’, no se puede encontrar. Y es bueno que no se pueda encontrar. Si se encuentra, ¿entonces qué…? Entonces se ha perdido todo el significado y la importancia…

Para mi esto es ser religioso…, decir: “sí, es así”…, aceptar “lo que es”…





viernes, 8 de enero de 2016

El arte de ‘mirar’ sin miedo



De “El vuelo del águila”

Pláticas de Jiddu Krishnamurti en países europeos.


…Recuerdo que una vez -si se me permite relatar un caso que sirve de ejemplo- un hombre muy rico vino a vernos y dijo: “Soy muy, muy serio, y estoy interesado en lo que usted dice y deseo resolver todo mi ‘esto y lo de más allá’…” -ustedes saben, las tonterías de que habla la gente.
Le dije: “muy bien, señor, investiguemos eso”, y hablamos. Volvió varias veces, y después de la segunda semana vino y me dijo: “tengo sueños horribles, espantosos, y me parece ver que todo lo que me rodea desaparece, que todas las cosas se van”…; y añadió: “probablemente eso es el resultado de inquirir dentro de mí mismo y veo el peligro que eso representa”. Desde entonces, no volvió más.
Todos queremos estar a salvo, seguros en nuestro pequeñito mundo el mundo del “orden bien establecido” que es desorden, el mundo de nuestras relaciones particulares que no deseamos que se perturben -la excluyente y estrecha relación entre marido y mujer, en la que hay desdicha, desconfianza, temor, peligro, celos, ira, dominio...
Existe una manera de mirar dentro de nosotros mismos sin miedo, sin peligro; es el mirar sin condenación ni justificación, simplemente el mirar, sin interpretar, sin juzgar, sin evaluar. Para ello la mente ha de estar ansiosa de aprender mediante la observación de lo que realmente ‘es’. ¿Qué peligro hay en “lo que es”? Los seres humanos son violentos; eso es en realidad “lo que es”, y el peligro que han provocado en el mundo es el efecto de esta violencia, es el resultado del miedo. ¿Qué hay de peligroso en observarlo y en tratar de extirpar completamente ese miedo, de tal manera que podamos crear una sociedad diferente con diferentes valores?
Hay gran belleza en la observación, en ver las cosas como son, psicológica, internamente; lo cual no quiere decir que uno acepte las cosas como son, ni tampoco que las rechace o desee alterar “lo que es”, porque la misma percepción de “lo que es” genera su propia mutación. Pero uno debe conocer el arte de “mirar” y el arte de “mirar” nunca es introspectivo o analítico, sino que consiste, simplemente, en observar, sin opción alguna…


Más allá del pensamiento...



Del “Diario n°1”,  de Jiddu Krishnamurti.

Día  13-10-1961.-  

El cielo es claro, el pequeño bosque al otro lado del camino está lleno de luz y sombras. Temprano en la mañana, antes de que el sol surgiera sobre la colina, cuando el amanecer todavía estaba sobre la tierra y no había automóviles subiendo por la ladera, la meditación era inagotable. El pensamiento siempre es limitado, no puede ir muy lejos porque está arraigado en la memoria, y cuando va lejos se torna meramente especulativo, imaginativo, carente de validez. El pensamiento no puede encontrar lo que está más allá de sus propias fronteras de tiempo; el pensamiento está atado al tiempo. El pensamiento desenredándose a sí mismo, desembarazándose de la red de su propia hechura, no es el movimiento total de la meditación. El pensamiento en conflicto consigo mismo no es meditación; la meditación es el cese del pensamiento y el comienzo de lo nuevo. El sol trazaba diseños sobre la pared, los automóviles venían remontando la colina y pronto los obreros estarían silbando y cantando en la nueva construcción al otro lado del camino.
El cerebro no tiene descanso, es un instrumento asombrosamente sensible. Está siempre recibiendo impresiones, interpretándolas, almacenándolas; jamás se halla quieto, ni cuando está despierto ni cuando duerme. Su preocupación es la supervivencia y la seguridad, las heredadas respuestas animales; sobre las bases de éstas se construyen sus astutas invenciones internas y externas; sus dioses, sus virtudes, sus moralidades son sus defensas; sus ambiciones, deseos, compulsiones y adaptaciones son los instintos de supervivencia y seguridad. Siendo altamente sensible, el cerebro con su maquinaria del pensamiento comienza a cultivar el tiempo, los ayeres, el hoy y los múltiples mañanas; esto le brinda una oportunidad de postergación y realización; la postergación, el ideal y la realización son su propia continuidad. Pero en esto siempre hay dolor; de esto deriva el escape hacia la creencia, el dogma, la actividad y las múltiples formas de entretenimiento, incluidos los rituales religiosos. Pero siempre está la muerte con su temor; el pensamiento busca entonces bienestar y escape en creencias racionales e irracionales, en esperanzas, en conclusiones. Las palabras y las teorías se vuelven pasmosamente importantes, se vive en función de ellas y se construye toda la estructura de la existencia sobre los sentimientos que despiertan dichas palabras y conclusiones.
El cerebro y su pensamiento funcionan en un nivel muy superficial, por muy profundamente que el pensamiento pueda creer que ha viajado. Porque el pensamiento, por mucho que haya experimentado, por hábil y erudito que sea, es superficial. El cerebro y sus actividades constituyen un fragmento de la totalidad de la vida; el fragmento se ha vuelto completamente importante para sí mismo y para su relación con otros fragmentos. Esta fragmentación y las contradicciones que engendra constituyen su misma existencia; el pensamiento no puede comprender la totalidad, y cuando intenta formular la totalidad de la vida, él únicamente puede pensar en términos de opuestos y reacciones que tan sólo engendran conflicto, confusión y desdicha.
El pensamiento jamás puede comprender o formular la totalidad de la vida. Sólo cuando el cerebro y su pensamiento están completamente quietos, no dormidos ni drogados por la disciplina, la compulsión o la hipnosis; sólo entonces, existe la lúcida percepción de ‘lo total’. El cerebro, que es tan asombrosamente sensible, puede permanecer inmóvil, inmóvil en su sensibilidad, amplia y profundamente atento pero completamente quieto. Cuando el tiempo y su medida cesan, sólo entonces existe lo total, lo incognoscible.







miércoles, 6 de enero de 2016

Meditación: Un fuego sin tiempo…



12-10-1961.-  (Del “Diario n°1”,  de Krishnamurti)

El cielo estaba amarillo con el sol poniente, y el oscuro ciprés y el gris olivo eran sobrecogedoramente hermosos; más abajo, el sinuoso río se veía dorado. Era un anochecer espléndido, pleno de luz y silencio. Desde esa altura uno podía ver la ciudad en el valle, la cúpula y el hermoso campanario, y el río que atravesaba en curvas la ciudad. Bajando la pendiente y los escalones, uno sentía la gran belleza del anochecer; había poca gente, y los excéntricos, bulliciosos turistas, habían pasado temprano por allí, siempre parloteando, tomando fotos y escasamente viendo cosa alguna. El aire estaba perfumado, y a medida que el sol se ponía, el silencio se tornaba profundo, rico e insondable. Sólo desde este silencio existe el ‘ver’, el verdadero ‘escuchar’, y desde este silencio advino la meditación, aunque el pequeño automóvil descendía ruidosamente la curva carretera dando innumerables topetazos. Había dos pinos romanos contra el cielo amarillento y, aunque uno los había visto a menudo con anterioridad, era como si nunca hubieran sido vistos; la colina suavemente inclinada era de un gris plateado por la presencia del olivo, y en todas partes se veía el oscuro ciprés solitario…
 La meditación era explosiva, no algo cuidadosamente planeado, tramado y preparado con un determinado propósito. Era una explosión que no dejaba ningún remanente del pasado. Ella hacia estallar el tiempo, y el tiempo ya nunca más necesitaba detenerse. En esta explosión todo era sin sombra, y ver sin sombra es ver más allá del tiempo. Era un anochecer maravilloso, pleno de humor y espacio. La ciudad ruidosa con sus luces y el tren que corría suavemente, se hallaban dentro de este vasto silencio cuya belleza estaba en todas partes.
El tren, yendo hacia el sur [de regreso a Roma] estaba atestado con muchísimos turistas y hombres de negocios; fumaban sin cesar y comieron pesadamente cuando se sirvió la comida. El campo estaba hermoso, lavado por la lluvia, fresco, y no se veía una nube en el cielo. Sobre las colinas había antiguos pueblos amurallados, y el lago de tantos recuerdos estaba azul, sin una sola onda; el rico país cedía al suelo pobre y árido, y las granjas parecían menos prósperas, los pollos estaban más flacos, no había ganado en los alrededores y se veían pocas ovejas. El tren corría velozmente, tratando de recuperar el tiempo que había perdido. Era un día maravilloso, y ahí, en ese compartimento lleno de humo, con pasajeros que apenas si miraban hacia afuera por la ventanilla, ahí estaba «lo otro»(1). Toda esa noche estuvo ahí con tanta intensidad que el cerebro sentía su presión. Era como si en el centro mismo de toda la existencia ello estuviera operando en su pureza e inmensidad. El cerebro observaba, como estaba observando la escena que pasaba velozmente, y en este mismo acto él fue más allá de sus propias limitaciones. Y durante la noche, en singulares momentos, el meditar era un fuego de explosión.



      1-Lo Otro”: Esta denominación, como también “Aquello” o “Ello”,  eran términos utilizados por Krishnamurti para referirse a “la bendición de lo desconocido”, ‘la esencia’, o también: “lo atemporal”.
No lo nombraba de ninguna manera que pudiese ser ‘cristalizado’ por el pensamiento, es decir, reducido a un mero símbolo mental…