Translate

domingo, 14 de febrero de 2016

Meditación: quietud sin motivo…



Vivencias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”

Día 18-10-1961.-  

Truenos y un gran chaparrón lo habían despertado a uno en medio de la noche [en Roma], con la lluvia golpeando contra la ventana y entre los árboles al otro lado de la carretera. El día había sido caluroso y el aire era agradablemente fresco; la ciudad dormía y la tormenta había cesado. Los caminos estaban húmedos y había escaso tránsito tan temprano en la mañana; el cielo todavía se hallaba cargado de nubes y había amanecida sobre la tierra. La iglesia [S. Giovanni in Luterano] con sus mosaicos dorados estaba brillantemente iluminada con luz artificial. El aeropuerto se encontraba muy lejos2 y el poderoso automóvil corría bellamente; estaba tratando de competir en carrera con las nubes. Pasó a los pocos automóviles que había en el camino, y abrazaba a gran velocidad la carretera en cada recodo. Lo habían retenido demasiado tiempo en la ciudad, y ahora estaba libre en la carretera. Y muy pronto estaría en el aeropuerto. En el aire se percibía el aroma del mar y de la tierra húmeda; los campos recientemente arados estaban oscuros y el verde de los árboles lucía muy vivo aun cuando el otoño había alcanzado ya unas pocas hojas; el viento soplaba del oeste y no habría sol durante todo el día. Cada hoja estaba limpia, lavada por la lluvia, y había belleza y paz sobre la tierra.

En medio de la noche, en la calma que siguió al trueno y al relámpago, el cerebro estaba totalmente quieto y la meditación era una apertura dentro del inmensurable vacío. La misma sensibilidad del cerebro lo aquietaba; estaba quieto pero sin motivo; la acción de la quietud que obedece a un motivo es desintegración. El cerebro estaba tan quieto que el espacio limitado de una habitación había desaparecido y había cesado el tiempo. Sólo existía una atención despierta sin un centro que estuviera atento; era la atención en la que el origen del pensamiento había cesado sin violencia alguna, naturalmente, fácilmente. Esa atención podía oír la lluvia y el movimiento en la habitación contigua; escuchaba sin ninguna interpretación y observaba sin el conocimiento. También el cuerpo estaba inmóvil. La meditación se rendía a «lo otro», que era de una pureza que todo lo deshacía sin dejar residuos; ello estaba ahí; eso es todo, y nada existía. Como nada existía, ello era. Era la pureza de toda esencia. Esta paz es un vasto, ilimitado espacio de inmensurable vacuidad…





No hay comentarios:

Publicar un comentario