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viernes, 8 de enero de 2016

Más allá del pensamiento...



Del “Diario n°1”,  de Jiddu Krishnamurti.

Día  13-10-1961.-  

El cielo es claro, el pequeño bosque al otro lado del camino está lleno de luz y sombras. Temprano en la mañana, antes de que el sol surgiera sobre la colina, cuando el amanecer todavía estaba sobre la tierra y no había automóviles subiendo por la ladera, la meditación era inagotable. El pensamiento siempre es limitado, no puede ir muy lejos porque está arraigado en la memoria, y cuando va lejos se torna meramente especulativo, imaginativo, carente de validez. El pensamiento no puede encontrar lo que está más allá de sus propias fronteras de tiempo; el pensamiento está atado al tiempo. El pensamiento desenredándose a sí mismo, desembarazándose de la red de su propia hechura, no es el movimiento total de la meditación. El pensamiento en conflicto consigo mismo no es meditación; la meditación es el cese del pensamiento y el comienzo de lo nuevo. El sol trazaba diseños sobre la pared, los automóviles venían remontando la colina y pronto los obreros estarían silbando y cantando en la nueva construcción al otro lado del camino.
El cerebro no tiene descanso, es un instrumento asombrosamente sensible. Está siempre recibiendo impresiones, interpretándolas, almacenándolas; jamás se halla quieto, ni cuando está despierto ni cuando duerme. Su preocupación es la supervivencia y la seguridad, las heredadas respuestas animales; sobre las bases de éstas se construyen sus astutas invenciones internas y externas; sus dioses, sus virtudes, sus moralidades son sus defensas; sus ambiciones, deseos, compulsiones y adaptaciones son los instintos de supervivencia y seguridad. Siendo altamente sensible, el cerebro con su maquinaria del pensamiento comienza a cultivar el tiempo, los ayeres, el hoy y los múltiples mañanas; esto le brinda una oportunidad de postergación y realización; la postergación, el ideal y la realización son su propia continuidad. Pero en esto siempre hay dolor; de esto deriva el escape hacia la creencia, el dogma, la actividad y las múltiples formas de entretenimiento, incluidos los rituales religiosos. Pero siempre está la muerte con su temor; el pensamiento busca entonces bienestar y escape en creencias racionales e irracionales, en esperanzas, en conclusiones. Las palabras y las teorías se vuelven pasmosamente importantes, se vive en función de ellas y se construye toda la estructura de la existencia sobre los sentimientos que despiertan dichas palabras y conclusiones.
El cerebro y su pensamiento funcionan en un nivel muy superficial, por muy profundamente que el pensamiento pueda creer que ha viajado. Porque el pensamiento, por mucho que haya experimentado, por hábil y erudito que sea, es superficial. El cerebro y sus actividades constituyen un fragmento de la totalidad de la vida; el fragmento se ha vuelto completamente importante para sí mismo y para su relación con otros fragmentos. Esta fragmentación y las contradicciones que engendra constituyen su misma existencia; el pensamiento no puede comprender la totalidad, y cuando intenta formular la totalidad de la vida, él únicamente puede pensar en términos de opuestos y reacciones que tan sólo engendran conflicto, confusión y desdicha.
El pensamiento jamás puede comprender o formular la totalidad de la vida. Sólo cuando el cerebro y su pensamiento están completamente quietos, no dormidos ni drogados por la disciplina, la compulsión o la hipnosis; sólo entonces, existe la lúcida percepción de ‘lo total’. El cerebro, que es tan asombrosamente sensible, puede permanecer inmóvil, inmóvil en su sensibilidad, amplia y profundamente atento pero completamente quieto. Cuando el tiempo y su medida cesan, sólo entonces existe lo total, lo incognoscible.







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