(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti)
30 de junio de 1961
…Caminando, rodeado por estas violáceas y desnudas montañas
rocosas, súbitamente advino la soledad. Completa soledad. Estaba en todas
partes y tenía una inmensa, insondable riqueza; poseía esa belleza que está más
allá del pensamiento y del sentimiento. No estaba quieta; era algo viviente, en
movimiento, que llenaba cada rincón y escondrijo. La cima de la alta montaña
rocosa fulguraba con el sol poniente, y esa misma luz y color colmaban los
cielos de soledad. Era un estado singular de soledad, no de aislamiento sino de
soledad, como una gota de lluvia que contiene en sí todos los mares de la
tierra. No era alegría ni tristeza, sino plena soledad. No tenía cualidad,
forma ni color, que harían de ella algo reconocible, mensurable. Vino como un
relámpago y sembró su semilla. No germinó, pero ahí estaba en toda su plenitud.
No existía el tiempo para que hubiera maduración; el tiempo tiene sus raíces en
el pasado. Este era un estado sin raíces y sin causa. Un estado totalmente
«nuevo», que nunca ha sido y nunca será, porque es algo vivo. El aislamiento es
lo conocido, y así es la soledad que procede del aislamiento; son estados
reconocibles porque han sido experimentados con frecuencia, real o
imaginariamente. Su misma familiaridad engendra temor y cierto menosprecio
santurrón, de lo cual surgen el cinismo y los dioses. Pero este autoaislamiento
y su soledad, no conducen a la vital y madura soledad; debe terminarse con ellos,
no con el fin de ganar algo, sino que deben morir tan naturalmente como el
marchitarse de una flor. La resistencia engendra temor pero también aceptación.
El cerebro debe lavarse a sí mismo y quedar limpio de todos estos astutos
artificios; sin relación alguna con estos rodeos y retorcimientos de la
conciencia autocontaminada, por completo diferente es esta inmensa soledad.
Toda creación tiene lugar en ella. La creación destruye, y así ella es siempre
lo desconocido.
Esta Soledad estuvo ahí durante toda la tarde de ayer, y se
mantenía al despertar uno en medio de la noche. La presión y la tirantez(1) prosiguen, aumentando y disminuyendo en ondas continuas. Son
bastante dolorosas hoy, durante la tarde.
1-
Como se
explicó en otras oportunidades, se refiere a los dolores intermitentes y diarios
que Krishnamurti experimentaba, a lo largo de la espina dorsal y especialmente
en la cabeza, que se supone que era “un proceso” de preparación continuada de
su “vehículo” físico para recibir cada vez más y mejor a la Presencia Crística
directa. Tal preparación le permitió experimentar directamente, aquello que
predicó.
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