(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti,
escrito en 1961)
4 de agosto.
Esta
mañana uno despertó muy temprano; todavía estaba oscuro pero pronto amanecería;
hacia el Este, a la distancia había una pálida luz. El cielo estaba bien
despejado y era casi visible la forma de las montañas y de las colinas. Había
mucha quietud. Desde este vasto silencio, súbitamente, en el momento en que uno
se incorporó en la cama, cuando el pensamiento estaba quieto y ausente, cuando
no había siquiera el susurro de un sentimiento, advino ‘aquello’ que ahora ya
era una realidad sólida, inagotable. Era algo compactó sin peso, sin medida;
estaba ahí y fuera de ello nada existía. Estaba ahí, y no había otra cosa. Las
palabras sólido, inmóvil, imperecedero no transmiten en modo alguno esta
condición de estabilidad intemporal. Ninguna de estas palabras ni palabra
alguna podrían comunicar la naturaleza de ‘eso’ que estaba ahí. Sólo eso
existía totalmente, en sí mismo, y nada más; eso que era la totalidad de todas
las cosas, la esencia.
La
pureza de ello persistió dejándolo a uno sin pensamiento, sin actividad. No
es posible unirse a ello (1); no es posible
unirse a un río que fluye rápidamente. Uno jamás puede unirse a lo que no tiene
forma, ni medida, ni cualidad. Ello es; ‘eso’ es todo. Qué profundamente
maduras y tiernas se han vuelto todas las cosas… y, extrañamente, la vida
entera está en ello; como una hoja nueva, totalmente indefensa.
1-
Evidentemente aquí K. se refiere al ‘yo’, que es
pensamiento. El ‘yo’, que es tiempo y pensamiento, nunca puede unirse al ‘río atemporal de la
Esencia’. El pensamiento debe cesar, naturalmente…, sin esfuerzo… Eso es:
“meditación”.
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