(‘Diario N°1’, de Krishnamurti)
7
de agosto, 1961.
Uno
estaba fatigado después de la plática y de las entrevistas con la gente, y
hacia el anochecer salimos a dar un corto paseo. Después de un día brillante se
estaban concentrando nubes y llovería durante la noche. Las nubes rodeaban las
montañas y el torrente hacía mucho ruido. El camino estaba polvoriento a causa
de los automóviles, y al otro lado del torrente había un estrecho puente de
madera. Lo cruzamos y subimos por un sendero de hierba, y la verde ladera
estaba toda cubierta de flores e intensamente coloreada. El sendero subía
suavemente hasta pasar un cobertizo para vacas, pero éste se hallaba vacío; el
ganado había sido llevado a pastar más arriba. Ahí en lo alto todo era muy
tranquilo, no había nadie, pero estaba el ruido del impetuoso torrente. ‘Aquello’(1) llegó calladamente, con tanta suavidad, tan próximo a la
tierra, entre las flores, que uno no se dio cuenta. Se extendía cubriendo la
tierra, y uno estaba en ello, no como un observador sino que era parte de ello.
No había pensamiento ni sentimiento, el cerebro se hallaba absolutamente
quieto. De pronto estaba ahí, una inocencia muy simple, clara. Era una pradera
de inocencia más allá de todo placer y dolor, más allá de toda la tortura de la
esperanza y la desesperación. Estaba ahí, y hacía que la mente, que todo el ser
de uno fuera inocente; uno era parte de ello, más allá de toda medida, más allá
de la palabra; la mente era toda transparencia y el cerebro era intemporalmente
joven. Ello continuó por algún tiempo y ya era tarde y teníamos que regresar.
Esta
mañana, al despertar, pasó un rato antes de que esa inmensidad llegara, pero
ahí estaba y el pensamiento y el sentimiento fueron aquietados. Mientras uno se
lavaba los dientes, la intensidad de ello era aguda y clara. Llegó tan
súbitamente como se fue, nada puede sujetarlo y nada puede atraerlo.
‘El
proceso’ ha sido algo agudo y el dolor penetrante.
1-
“Aquello”
y “lo otro”, o “ello”, eran términos
utilizados por Krishnamurti para referirse a “la bendición de lo desconocido”,
a ‘la esencia’, o también: “lo atemporal”.
No lo nombraba de ninguna manera
que pudiese ser ‘cristalizado’ por el pensamiento, en la memoria…
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