9
de agosto, 1961. (“Diario N°1, de Krishnamurti)
Esta
mañana, al despertar, uno sintió otra vez que había sido una noche vacía; el
cuerpo había estado sometido a un esfuerzo excesivo a causa de la plática [del
día anterior] y de las entrevistas personales, y estaba cansado. Al sentarse
uno en la cama como era habitual, se hallaba en calma; la ciudad dormía, no se
escuchaba un sonido y la mañana estaba cargada de nubes. Desde dondequiera que
tenga ella su existencia, esta bendición advino súbita y plenamente con su
fuerza y su poder. Permaneció llenando la habitación y expandiéndose fuera de ella;
luego desapareció dejando tras de sí un sentimiento de vastedad cuya dimensión
estaba más allá de las palabras.
Ayer,
caminando en medio de las colinas, prados y torrentes, entre tanta agradable
quietud y belleza, uno fue consciente otra vez de esa extraña y hondamente
conmovedora inocencia. Calladamente, sin resistencia alguna, penetraba en cada
rincón y recodo de la mente purificándola de todo pensamiento y sentimiento. Lo
dejó a uno vacío y pleno. Cada uno de
nosotros advirtió su paso... Súbitamente, todo el tiempo se había detenido.
‘El
proceso’ continúa…, pero más suave y profundamente.
10 de agosto.
Había
llovido muy intensamente, y la penetrante lluvia lavó el blanco polvo
depositado sobre las grandes hojas que abundan junto al camino sin pavimentar
que llega profundamente hasta el interior de las montañas. El aire era suave y
dulce, liviano a esa altitud; era un aire limpio y agradable y había un olor a
tierra lavada por la lluvia. Subiendo por el camino uno advertía la belleza de
la tierra y la delicada línea de los empinados cerros contra el cielo del
anochecer, la maciza montaña rocosa con su glaciar y su vasta extensión de
nieve, la abundancia de las flores. Era un anochecer de gran belleza y serenidad.
La reciente y fuerte lluvia había enlodado el ruidoso torrente; éste había
perdido esa peculiar claridad brillante que tiene el agua de la montaña, pero
en unas pocas horas volvería a estar clara de nuevo. Mientras uno miraba las
formas y curvas de las macizas rocas y la nieve fulgurante, como entre sueños,
sin pensamiento alguno en la mente, de pronto ‘ahí estaba’, una fuerza, una
bendición de inmensa y sólida dignidad. En un instante llenó el valle y la
mente no podía medirla; ello estaba muchísimo más allá de la palabra. Era, otra
vez, inocencia. Al despertar esta mañana temprano, ello estaba ahí y la
meditación era muy poca cosa; todo pensamiento había muerto y había cesado todo
sentimiento; el cerebro se hallaba absolutamente silencioso. Su registro no es
lo real. Ello estaba ahí, intangible e incognoscible. Ya jamás sería lo que ha
sido; su belleza es inextinguible.
Fue
una mañana extraordinaria. Esto ha estado prosiguiendo por cuatro meses
completos, cualquiera fuera el medio circundante, cualquiera la condición del
cuerpo. Jamás es lo mismo y, no obstante, es lo mismo; es destrucción y es
creación que nunca cesa. Su poder y su fuerza están más allá de toda
comparación y palabras. Y ello jamás continúa, es muerte y es vida.
‘El
proceso’(1) ha sido algo agudo y
todo él parece más bien de poca importancia…
1-
“El proceso”: Los cambios y dolores que K.
experimentaba en su cuerpo continuamente.