25 de setiembre de 1961.- (Del
‘Diario N°1’ de J. Krishnamurti)
La
meditación es el florecimiento de la comprensión. La comprensión no está de las
fronteras del tiempo; el tiempo nunca trae comprensión. La comprensión no es un
proceso gradual para ser acumulado poco a poco, con solicitud y paciencia. La
comprensión es ahora o nunca; es ‘un rayo que destruye’, no una cosa dócil y
manejable; es a esto a lo que uno teme, a lo que destroza, y por eso lo evita
consciente o inconscientemente.
La
comprensión puede alterar el curso de la vida, el modo que uno tiene de pensar
y actuar; puede ser agradable o no, pero el comprender es un riesgo para
cualquier relación. Pero sin la comprensión no hay fin para el dolor. El dolor
termina sólo a través del conocimiento propio, de la lúcida percepción alerta
de cada pensamiento y sentimiento, de cada uno de los movimientos de lo
consciente y lo oculto. La meditación es la comprensión de la conciencia, la
recóndita y la visible, y del movimiento que se encuentra más allá de todo
pensamiento y sentimiento.
El
especialista no puede percibir lo total; su cielo es aquel en el que se
especializa, pero su cielo es un asunto mezquino del cerebro, el cielo de la
religión o el del técnico. La capacidad, el don es, evidentemente, perjudicial,
porque fortifica el egocentrismo; es algo fragmentario y, por lo tanto,
engendra conflicto. La capacidad tiene significación sólo en la percepción
total de la vida, la que está en el campo de la mente y no del cerebro. La
capacidad con su función está dentro de los límites del cerebro y por eso se
torna despiadada, indiferente al proceso total de la vida. La capacidad
engendra orgullo, envidia, y su realización se vuelve importantísima; así es
como produce confusión, enemistad y dolor; ella tiene su significado únicamente
en la percepción total de la vida.
La
vida no está meramente en un nivel fragmentario -pan, sexo, prosperidad,
ambición; la vida no es fragmentaria; cuando se la obliga a serlo se torna
enteramente una cuestión de desesperación y desdicha sin fin. El cerebro
funciona en la especialización del fragmento, en las actividades autoaislantes
y dentro del campo limitado del tiempo; de ver la totalidad de la vida. El
cerebro, por muy educado que esté es sólo una parte, no la totalidad. Sólo la
mente(1)
ve lo total, y dentro del campo de la mente está el cerebro; el cerebro no
puede contener a la mente, haga lo que haga.
Para
que haya un ver total, el cerebro
tiene que estar en un estado de negación. La negación no es el opuesto de lo
positivo; todos los opuestos están estrechamente relacionados entre sí. La
negación no tiene opuesto. El cerebro ha de hallarse en estado de negación para
que haya un ver total, no debe interferir con sus evaluaciones y
justificaciones, con sus acusaciones y defensas. Tiene que estar quieto, no
aquietado por compulsión de ninguna clase, porque en ese caso es un cerebro
muerto que meramente imita o se amolda. Cuando se halla en estado de negación,
está quieto sin preferencia alguna, sin opción. Sólo entonces existe un ver
total. En este ver total, que es la cualidad de la mente, no hay uno que ve, un
observador ni un experimentador; sólo existe el ver. La mente está entonces por
completo despierta. En este estado de completo despertar no existen el
observador y lo observado; sólo hay luz, claridad. Cesan la contradicción y el
conflicto entre el pensador y el pensamiento.
1- La mente: K.
utiliza a la palabra ‘mente’ para referirse a la mente ilimitada, como
principio cósmico. El cerebro funciona dentro de la ilimitada mente y la
limita, pero cuando el cerebro queda en total quietud (natural, no forzada) el
hombre es capaz de VER con la mente ilimitada, siendo este ‘un ver total’; y allí desaparece ‘el
observador’.
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