Diario N°1 de J. Krishnamurti
24 de setiembre de 1961
Era
un sector de césped bellamente conservado, no muy grande e increíblemente
verde; estaba detrás de una vería de hierro, bien regado, cuidado con esmero,
alisado y espléndidamente vivo, centelleante en su belleza. Debía tener muchos
centenares de años; no había en él ni una silla, estaba aislado y guardado por
una alta y estrecha cerca. Al terminar el césped había un único rosal con una
sola rosa roja plenamente florecida. Ello era un milagro, el delicado césped y
la única rosa; estaban ahí apartados de todo el mundo del ruido, el mundo del
caos y la desdicha; aunque fuera el hombre quien las había puesto ahí, esas
cosas eran bellísimas, bellísimas mucho más allá de los museos, las torres y la
graciosa línea de los puentes. Eran espléndidas en su espléndida indiferencia.
Eran lo que eran, hierba y flor y ninguna otra cosa. Había gran belleza y
quietud en torno de ellas, y la dignidad de la pereza. Era una tarde calurosa
sin la más pequeña brisa y con el aire impregnado del olor de los escapes de
tantos automóviles, pero ahí la hierba tenía su aroma propio y uno podía casi
oler el perfume de la solitaria rosa.
Al
despertar muy temprano, con la luna llena penetrando en la habitación, la
cualidad del cerebro era diferente. Este no estaba dormido ni pesado de sueño;
se hallaba totalmente despierto, observando; no se observaba a sí mismo, sino
algo que estaba más allá de él. Se hallaba lúcidamente atento, atento a sí
mismo como parte de un movimiento total de la mente. El cerebro funciona en la
fragmentación; funciona en partes, dividido. Se especializa. Nunca es lo total;
trata de capturar lo total, de comprenderlo, pero no puede. Por su misma
naturaleza el pensamiento es siempre incompleto, como lo es el sentimiento; el
pensamiento, que es la respuesta de la memoria, puede funcionar únicamente con
las cosas que conoce o que interpreta a partir de lo que ha conocido -el
conocimiento; el cerebro es el producto de la especialización; no puede ir más
allá de sí mismo. Él se divide y especializa -el científico, el artista, el
sacerdote, el abogado, el técnico, el agricultor. Al funcionar, el cerebro
proyecta el «status» que le es propio, los privilegios, el poder, el prestigio.
La función y el «status» van juntos, porque el cerebro es un organismo
autoprotector. De la exigencia de «status» se originan los elementos opuestos y
contradictorios que hay en la sociedad. El especialista no puede ver ‘lo total’.
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