Vivencias narradas por J. Krishnamurti en su “Diario n°1”
Día
18-10-1961.-
Truenos
y un gran chaparrón lo habían despertado a uno en medio de la noche [en Roma], con la
lluvia golpeando contra la ventana y entre los árboles al otro lado de la
carretera. El día había sido caluroso y el aire era agradablemente fresco; la
ciudad dormía y la tormenta había cesado. Los caminos estaban húmedos y había
escaso tránsito tan temprano en la mañana; el cielo todavía se hallaba cargado
de nubes y había amanecida sobre la tierra. La iglesia [S. Giovanni in Luterano] con sus
mosaicos dorados estaba brillantemente iluminada con luz artificial. El
aeropuerto se encontraba muy lejos2 y el poderoso automóvil corría bellamente;
estaba tratando de competir en carrera con las nubes. Pasó a los pocos
automóviles que había en el camino, y abrazaba a gran velocidad la carretera en
cada recodo. Lo habían retenido demasiado tiempo en la ciudad, y ahora estaba
libre en la carretera. Y muy pronto estaría en el aeropuerto. En el aire se
percibía el aroma del mar y de la tierra húmeda; los campos recientemente
arados estaban oscuros y el verde de los árboles lucía muy vivo aun cuando el
otoño había alcanzado ya unas pocas hojas; el viento soplaba del oeste y no
habría sol durante todo el día. Cada hoja estaba limpia, lavada por la lluvia,
y había belleza y paz sobre la tierra.
En
medio de la noche, en la calma que siguió al trueno y al relámpago, el cerebro
estaba totalmente quieto y la meditación era una apertura dentro del
inmensurable vacío. La misma sensibilidad del cerebro lo aquietaba; estaba
quieto pero sin motivo; la acción de la quietud que obedece a un motivo es
desintegración. El cerebro estaba tan quieto que el espacio limitado de una
habitación había desaparecido y había cesado el tiempo. Sólo existía una atención
despierta sin un centro que estuviera atento; era la atención en la que el
origen del pensamiento había cesado sin violencia alguna, naturalmente,
fácilmente. Esa atención podía oír la lluvia y el movimiento en la habitación
contigua; escuchaba sin ninguna interpretación y observaba sin el conocimiento.
También el cuerpo estaba inmóvil. La meditación se rendía a «lo otro», que era
de una pureza que todo lo deshacía sin dejar residuos; ello estaba ahí; eso es
todo, y nada existía. Como nada existía, ello era. Era la pureza de toda
esencia. Esta paz es un vasto, ilimitado espacio de inmensurable vacuidad…
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