(“Diario N°1 de J. Krishnamurti)
Experiencias
y reflexiones de de K. relatadas por él mismo
Octubre 3,
de 1961
Las
nubes eran magnificas, el horizonte estaba cubierto de ellas, salvo en el oeste
donde el cielo se hallaba despejado. Algunas nubes eran negras, cargadas de
truenos y lluvia; otras, de un blanco puro, llenas de luz y esplendor. Las
había de todas las formas y tamaños, delicadas, amenazantes, como olas; se
amontonaban las unas contra las otras, con inmenso poder y belleza. Parecían
inmóviles pero había un impetuoso movimiento dentro de ellas y nada podía
refrenar su arrasadora inmensidad. Un viento suave soplaba desde el oeste,
conduciendo estas vastas montañas de nubes contra las colinas; las colinas daban
forma a las nubes y las formas se movían con estas nubes de luz y oscuridad.
Las colinas con sus aldeas desparramadas aquí y allá, esperaban por las lluvias
que tanto estaban tardando en llegar; esas colinas pronto estarían verdes otra
vez y los árboles perderían pronto sus hojas con el ya cercano invierno. La
recta carretera estaba bordeada a cada lado con árboles de bellas formas y el
automóvil la recorría a gran velocidad, aun en las curvas; había sido hecho
para desarrollar grandes velocidades en carretera y se estaba comportando muy
bien esa mañana(1). Lo habían modelado
para acelerar, para bajar la velocidad bordeando la carretera. Muy pronto
dejamos el campo y entramos en la ciudad [Roma] pero aquellas nubes estaban
ahí, inmensas, furiosas y expectantes.
En
medio de la noche [en Circeo], cuando todo estaba completamente quieto excepto por el
ocasional grito de un búho que llamaba sin obtener respuesta, en una casita en
los bosques(2), la meditación era un puro gozo, sin el aleteo de un
solo pensamiento con sus interminables sutilezas; era un movimiento que no
tenía fin, una observación desde el vacío en la que había cesado todo
movimiento del cerebro. Era un vacío para el que nunca había existido el
conocer; era un vacío que no había conocido el espacio; era un vacío de tiempo.
Estaba más allá de todo ver, conocer y ser. En este vacío había furia, la furia
de una tempestad, la furia del universo en explosión, la furia de la creación
que nunca podría expresarse de ningún modo. Era la furia de toda la vida, la
muerte y el amor… Pero no obstante era ‘el vacío’, un vasto, ilimitado vacío
que nada podría llenar jamás, ni transformar, ni abarcar. La meditación era el
éxtasis de este vacío…
La
sutil relación que hay entre la mente(3), el
cerebro y el cuerpo, es el complicado juego de la vida. Hay desdicha cuando uno
predomina sobre el otro y la mente no puede dominar el cerebro o el organismo
físico; cuando hay armonía entre ambos, entonces la mente puede consentir en
obrar de acuerdo con ellos; ella no es un juguete de ninguno de los dos. Lo
total puede contener lo particular, pero lo pequeño, la parte, jamás puede
formular el todo. Es algo increíblemente sutil para ambos el vivir juntos en
completa armonía, sin que el uno o el otro domine, opte, ejerza violencia.
El
intelecto puede destruir el cuerpo y lo hace, y el cuerpo con su torpeza e
insensibilidad puede pervertir al intelecto y ocasionar su deterioro. El
descuido del cuerpo con su complacencia y sus gustos en reclamo permanente, con
sus apetitos, puede volver al cuerpo pesado e insensible y así embotar el
pensamiento. Y el pensamiento, cuando se torna más refinado, más sagaz, puede
descuidar y de hecho descuida las exigencias del cuerpo, el que entonces comienza
a pervertir al pensamiento (…).
El
cuerpo y el cerebro han de ser sensibles y estar en armonía para acompañar la
increíble sutileza de la mente, que siempre es explosiva y destructiva. La
mente no es un juguete del cerebro, cuya función es mecánica.
Cuando
se ve la absoluta necesidad de una armonía total del cerebro y del cuerpo,
entonces el cerebro vigilará al cuerpo sin dominarlo, y este mismo vigilar
agudiza al cerebro y hace que el cuerpo sea sensible. El ver es el hecho, y con
el hecho no hay transacciones; el hecho podrá ser descartado, negado o eludido,
pero seguirá siendo un hecho. Lo que es esencial es la comprensión del hecho y
no su evaluación. Cuando el hecho es visto, entonces el cerebro está alerta a
los hábitos, a los factores degenerativos del cuerpo. Entonces el pensamiento
no impone una disciplina sobre el cuerpo ni lo controla. Porque la disciplina y
el control contribuyen a la insensibilidad, y cualquier forma de insensibilidad
es deterioro, marchitez.
De
nuevo al despertar, automóviles rugiendo en la cuesta de la colina y en el aire
se respiraba el aroma de un bosquecillo cercano, y la lluvia golpeaba sobre la
ventana, ahí estaba otra vez «lo otro» llenando la habitación; era intenso y
había en ello una sensación de furia; era la furia de una tormenta, de un río
pletórico y rugiente, la furia de la inocencia. Estaba ahí en la habitación con
tal plenitud, que toda forma de meditación llegó a su fin y el cerebro estaba
mirando, sintiendo desde su propio vacío. Ello persistió por un tiempo
considerable pese a la furia de su intensidad, o bien a causa de ella. El
cerebro quedó vacío, lleno de «lo otro», que hacia trizas cuanto uno pensaba,
sentía o veía; era un vacío en el que nada existía. Ese vacío era completa
destrucción.
1. En la ruta de regreso a Roma desde Circeo, donde pasó tres
noches en el Hotel «La Baya d’argento».
2.- Una de las pequeñas casas que pertenecen al
hotel de Circeo, situado en un jardín boscoso. Hay allí mucha tranquilidad.
Cada casa contenía dos
dormitorios, un cuarto de baño y una sala de estar.
3- La mente: Aquí K.
habla de ‘la mente’ como lo inconmensurable, es decir, la mente sin barreras de
tiempo, espacio y forma, el oc{eano de vida que lo compenetra todo…. La palabra
“cerebro” la emplea para dar a entender el mecanismo del pensamiento, siempre
limitado. K. no habla de ‘mente concreta’ o inferior y de ‘mente superior’,
términos empleados por otros autores; sino que habla de ‘cerebro’ y ‘mente’.
Lo sagrado que tiene la meditación es que puede ser en cualquier momento y en cualquier lugar. La meditación se la asocia a algo misterioso, de un lugar extraño y apartado, solitario, cuando eso solamente es fruto de la casualidad.
ResponderEliminarPues la dicha de la meditación sólo necesita que no haya división entre lo que vemos, lo que estamos haciendo y nosotros.
Uno puede estar en lugar donde hay música, nada en especial, y aparecer el éxtasis como un chorro de un puro manantial, que todo lo invade, puede hablar o hacer cualquier cosa habitual, cotidiana, pero eso que es lo más sagrado estará ahí.