Diario N°1, de Krishnamurti
20-09-1961. (Tercera
parte)
(…)
Qué curiosamente insignificante es el cerebro por inteligentemente educado e
ilustrado que sea. Él siempre permanecerá siendo insignificante, haga lo que
hiciere; puede ir a la luna y más allá o puede bajar a las regiones más
profundas de la tierra; puede inventar, construir las máquinas más complicadas,
computadoras que inventarán computadoras; puede destruirse y reconstruirse a sí
mismo, pero haga lo que hiciere siempre seguirá siendo insignificante. Porque
el cerebro puede funcionar tan sólo en el tiempo y el espacio; sus filosofías
están sujetas a su propio condicionamiento; sus teorías, sus especulaciones son
una prolongación de su propia astucia. Cualquier cosa que haga, el cerebro no
puede escapar de sí mismo. Sus ‘dioses’ y sus ‘salvadores’, sus maestros y
líderes son tan pequeños e insignificantes como él mismo. Si él es torpe ‘trata
de volverse’ talentoso, y su talento lo mide en términos de éxito. Está siempre
persiguiendo o siendo perseguido. Su propio dolor es su sombra… Haga lo que
haga, será siempre insignificante. (…) Nunca duerme, y sus sueños son la
vigilia del pensamiento. Por activo, por noble o innoble que sea, siempre es
insignificante. No hay fin para su insignificancia. Él no puede huir de sí
mismo, su virtud es mezquina y es mezquina su moralidad. Hay sólo una cosa que
el cerebro puede hacer: estar total y completamente quieto. Esta quietud no es
sueño ni pereza. El cerebro es sensible y para permanecer sensible, sin sus
familiares respuestas autoprotectoras, sin sus acostumbrados juicios, su
condena y su aprobación, la única cosa que puede hacer es estar totalmente
quieto, lo que implica permanecer en un estado de negación, completa
negación de sí mismo y de sus actividades.
En este modo de negación, el cerebro ya no es
más insignificante; entonces ya no está acumulando para obtener, para
realizar, para ‘llegar a ser’ esto o aquello. Entonces, es lo que es,
mecánico, inventivo, autoprotector, calculador. Una máquina perfecta nunca es
insignificante, y cuando funciona a ese nivel es una cosa admirable…
Y como las máquinas, el cerebro se desgasta y
muere. Se torna insignificante cuando procede a investigar ‘lo desconocido’,
aquello que no es mensurable. Su función está en ‘lo conocido’ y no puede
funcionar en ‘lo desconocido’. Sus creaciones están en el campo de lo conocido,
pero la creación de lo
incognoscible el cerebro no puede capturarla jamás, ni en pintura ni en
palabras; él nunca puede conocer su belleza… Sólo cuando está totalmente
sereno, silencioso, sin una sola palabra, y quieto, sin un solo gesto, sin un
movimiento, sólo así existe Esa Inmensidad.
“La Verdad no está en el terreno de ‘lo conocido’
La Verdad es del Corazón…”
S. Ra.
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