Párrafo del día 16-09-61.- (Diario 1, de Krishnamurti)
(…)
Era, a hora tan temprana, una mañana completamente despejada, y el tiempo
parecía haberse detenido… Eran las cuatro y media pero el tiempo parecía haber
perdido todo su significado, como si no hubiera ayer ni mañana, ni el instante
siguiente. El tiempo permanecía inmóvil y la vida proseguía su marcha sin una
sola sombra; la vida proseguía, sin pensamiento ni sentimiento. El cuerpo
estaba ahí en la terraza, allá estaba la alta torre con su centelleante luz de
advertencia, y las incontables chimeneas; el cerebro veía todas estas cosas
pero no iba más lejos. El tiempo es medida, y el tiempo, como pensamiento y sentimiento,
se había detenido. No existía el tiempo…; todo movimiento había cesado pero
nada estaba estático. Por el contrario, había una extraordinaria intensidad y sensibilidad,
un fuego que ardía, un fuego sin temperatura ni color.
Arriba estaban las Pléyades y más abajo, hacia
el este, Orión, y el lucero del alba asomaba sobre los tejados. Y con este ‘fuego’
había júbilo, bienaventuranza. No es que uno estuviera jubiloso, pero había un
éxtasis. No una identificación con ello, no podía haberla porque el tiempo
había cesado. El ‘fuego’ no podía identificarse con nada ni estar en relación
con nada. Estaba ahí porque el tiempo se había detenido… Y ya llegaba el
amanecer, y Orión y las Pléyades se desvanecían y dentro de poco el lucero del
alba también habría de seguirlos…
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