(Del “Diario N°1”, de Krishnamurti)
Día 7-10-1961.-
Había
comenzado a llover y el cielo estaba cargado de nubes; antes de que estuviera
completamente cubierto, nubes inmensas llenaban el horizonte, y era algo
maravilloso verlas, tan vastas, tan pacificas, con la paz de un poder y una
fuerza enormes. Y las colinas de la Toscana se hallaban muy cerca de esas nubes
aguardando su furia. Ésta llegó durante la noche estallando en truenos y
relámpagos que mostraban a cada hoja vibrante de viento y de vida. Era una
noche espléndida, plena de tormenta, vida e inmensidad. Toda la tarde «lo otro»
había estado presente en el automóvil y en la calle. Estuvo ahí la mayor parte
de la noche y esta mañana temprano mucho antes del amanecer, cuando la
meditación se abría paso en desconocidas profundidades y alturas; ahí estaba
con furia insistente. La meditación se rindió a «lo otro». Ello estaba ahí, en
la habitación, en las ramas de ese enorme árbol del jardín; estaba ahí con un
poder tan increíble que los mismos huesos parecían presionar a través de todo
el ser inmovilizando completamente el cuerpo y el cerebro. Había estado ahí
toda la noche en una forma benigna y suave, y el sueño se tornó en algo muy
liviano, pero a medida que el alba se aproximaba, ello se convirtió en un poder
quebrantador, penetrante. El cuerpo y el cerebro estaban muy alertas,
escuchando el crujir de las hojas y viendo la llegada del amanecer a través de
las oscuras ramas de un alto y erguido pino. Había en ello una gran dulzura y
belleza que estaban más allá y fuera de todo pensamiento y emoción. Estaba ahí,
y con ello había una bendición.
La
fuerza no es el opuesto de la debilidad; todos los opuestos engendran
ulteriores opuestos. La fuerza no es un evento de la voluntad, y la voluntad es
acción siempre contradictoria. Existe una fuerza que no tiene causa, que no es
el producto de múltiples decisiones. Es esa fuerza que hay en la negación; esa
fuerza que nace de la madura y total soledad. Es esa fuerza que adviene cuando
han cesado completamente todo esfuerzo y conflicto. Está ahí cuando llegan a su
fin todo pensamiento y sentimiento y solamente existe el ver. Está ahí cuando
la ambición, la codicia, la envidia han cesado sin compulsión alguna,
marchitándose con la comprensión. Esa fuerza existe cuando el amor es muerte y
la muerte es vida. La esencia de esa fuerza es humildad.
¡Qué
fuerte es la hoja recién nacida en primavera, tan vulnerable, tan fácil de
destruir! La vulnerabilidad es la esencia de la virtud. La virtud nunca puede
resistir el oropel de la respetabilidad y la vanidad del intelecto. La virtud
no es la continuidad mecánica de una idea, de un pensamiento dentro del hábito.
La fuerza de la virtud radica en que ésta es fácilmente destruida para renacer
de nuevo cada vez. Fuerza y virtud van juntas porque ninguna de las dos puede
existir sin la otra. Ambas pueden sobrevivir únicamente en el vacío.
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